Otro cuento de la crueldad

29 may 2016 / 11:16 H.

Fue en la siesta de un día cualquiera del estío inclemente de Jaén en un pueblo de la sierra. Vacaciones de Agosto de 1950 para un niño de ocho años, cuya única diversión era aprender las destrezas de Carlos, su amigo, cinco años mayor que él: cómo montar a pelo las yeguas que él mismo cuidaba, cómo ordeñar una cabra, manejando sus ubres para que los finos hilos de leche entraran directos en la boca, cómo manejar certeramente la honda. Carlos tenía perro, un podenco cruzado, al que llamaba Búho, tal vez por la fijeza de su mirada; el vientre caído evidenciaba su edad longeva pero cada vez que le acariciaba el lomo, sus orejas largas cascabeleaban y en los ojos fijos le brillaba más que una lágrima, una gota del desamparo. Un día, tras la tórrida siesta, se presentó, en nuestra reunión, el padre de Carlos y con gesto adusto le ordenó: hazme el encargo del perro que te ordené esta mañana. Asintió Carlos, encaminándose hacia un olivar, mientras el padre, azada al hombro, se dirigía al río. Mi deseo era seguir los pasos de Carlos pero este me paró: ¡mejor espera a que vuelva!. -¿Por qué, le pregunté?- El tiempo de búho ya pasó , ya es viejo, dice mi padre, respondió Carlos con absoluta naturalidad, mientras se alejaba, pero no tanto como para que yo no divisara, cómo mi amigo, tras tomar una soga de su zamarra, colgar por el cuello al perro que primero amé en mi vida. Nunca más volví a reunirme con Carlos, cómo nunca se borró de mi memoria aquella terrible ejecución. Antes al contrario, la he repensado, y más que justificarla la intentaba comprender. Sólo, con posterioridad en Valladolid, un prócer de filosofía o que pasaba por tal, me teorizó: - “Sólo las personas son sujetos de derechos”, es decir, según aquella doctrina, extraída del más rancio tomismo, cualquiera tenía plena disponibilidad sobre la vida de un perro, de un gallo de un caballo... Resultaba coherente aniquilarlo, si era viejo o si era inútil. Además el derecho positivo, entonces existente, no entraba en esas manifestaciones de la crueldad humana; se cuidaba en el plano internacional, en el proceso de Núremberg del extermino semita, y en el derecho interno del contubernio judeo-masónico de Franco. Muy bien, pero no de Hiroshima y Nagasaki, cuyas efemérides del desastre nuclear que padecieron se cumple en estos días, salvando siempre la distancia entre una (genocidio) y otra atrocidad (igualmente genocidio). En todo caso, aquel impúber de ocho años sí ha constatado la evolución cultural deseada no solo de la sociedad respecto del maltrato animal. Y aunque existan puntuales manifestaciones, destacadas en los medios, sobre la crueldad hacia perros, caballos, gallos de pelea etc. También está vigente una legislación represiva respecto del maltrato animal que aplican con diligencia los jueces, así como un afecto generalizado hacia los animales. Aquella escena terrible en la que perdí a Búho, se ha venido atemperando. Ahora gozo del perro labrador más hermoso del mundo que envejecerá, junto a mis hijos. ¡Ah¡ y se llama Orión.