Pablo Peñalver

17 mar 2016 / 09:20 H.

Blas de Otero versificaba en la lectura del recuerdo: “Puestos en pie de paz, unidos, laboramos. Ramo de oliva, vamos a verdear el aire. A verdear el aire. Que todo sea ramos de olivos en el aire”. Cuando muere un ser tan querido como un padre, que ha dedicado su vida entera a labrar, con los íntimos hábitos de las generaciones, las sublimes cualidades del oro virginal de la aceituna, los versos se hacen llanto y las lágrimas, estrofas manriqueñas. “No solo canta el vino, también canta el aceite, vive en nosotros con su luz madura y entre los bienes de la tierra aparto, aceite, tu inagotable paz, tu esencia, verde, tu colmado tesoro que desciende desde los manantiales del olivo», caligrafiaba en las sinestesias del tiempo, que es la memoria, Pablo Neruda. Otro Pablo, Peñalver, supo recitar el poema nerudiano con la venturosa metáfora del jugo más puro; tesoro de Jaén y de la Humanidad. Las palabras esenciales del sentimiento por la muerte de un padre son la esperanza para seguir en la vida con la misma honradez que él tuvo. Y, así, será “bajo un cielo de azules encendidos”; insomne la luna, en el olivar.