Pacto entre caballeros

12 may 2018 / 10:29 H.

Este encuentro hay que mojarlo con jarabe de litrona, compañeros antes de que cante el gallo”. En este pacto entre caballeros, certificado ayer en el Ayuntamiento de Jaén, no mediaba atraco, pero sí una trifulca política de largo recorrido y una ruina para la ciudad. Como en la canción, el diablo, cuando menos te lo esperas, se pone de tu parte y se cuela en esas “reuniones discretas” en las que se cerró este acuerdo a tres bandas de billar: Junta de Andalucía, Ayuntamiento y Diputación. Aunque la buena voluntad reine ahora, es difícil atreverse a titular que este será el epílogo de esta historia. De hecho, escribir sobre el tranvía se convirtió, hace tiempo, en genero periodístico en Jaén. En las hemerotecas se detallarán las diferentes ópticas para acercarse al tema, textos divulgativos, irónicos, tristes, de sesudo análisis político (hipérbole) y reportajes recurrentes para destacar como languidecía una infraestructura de más de 120 millones de euros, arrumbada en cocheras y entre jaramagos, en una ciudad que, inevitablemente, tenía que mirar a otro lado para no avergonzarse de su propia desidia. 4,7 kilómetros que discurren por superficie y que nos acechan cada día, en cada giro, en estos surrealistas siete años. Después de un sinfín de folletinescos capítulos, ahora, al parecer, y con todas las precauciones ciudadanas posibles, hay un final feliz y un puñado de moralejas. 120 millones de razones públicas no bastaron para para conseguir un mínimo consenso político. El compromiso electoral socialista de Carmen Peñalver se hizo realidad pero nació, sin embargo, lastrado. A la puesta de largo, le sobró fanfarria y le faltó argumento presupuestario. No dejar encarrilada su gestión y financiación lo condenó a galeras. El precipitado periodo de “pruebas en blanco” fue otro borrón con tirón de orejas judicial incluido. Si a este punto se le añade el ostracismo cainita, ya tenemos más ingredientes para esta larga travesía en el desierto. El negacionismo político dedicó más esfuerzo en desglosar sus carencias que en intentar negociar su puesta en marcha en condiciones ventajosas para un Ayuntamiento gripado. Con la llegada del actual alcalde, Javier Márquez, el panorama cambió. Guardando las formas primero, y con más precisión y claridad después, dijo que el tranvía tenía su punto y, de hecho, fundamentó el futuro urbanístico de la ciudad en un paisaje con el tren en funcionamiento. En cada trámite de subvención europea se dibujaba en acuarela una ciudad futura y en ella tenía cabida el malquerido tranvía. Mesiánico Márquez separó las aguas populares, densas y turbias por aquella sentencia bíblica que marcaba el camino: “Yo nunca me montaré en el tranvía”, que acuñó Fernández de Moya, en una frase de cortas luces políticas, pero que, en aquel momento, enardecía a la tropa militante. Así, prietas las filas, sin querer salirse de la formación, era muy difícil entonar la retirada. Al actual alcalde le tocó, por lo tanto, dar el necesario cambio de rumbo ideológico y, con montera en mano, agradecer los quites por chicuelinas de Susana Díaz, Felipe López y Francisco Reyes. Ya arrancado, y “como lo cortés no quita lo valiente”, también se acordó de la necesaria presión del parlamentario de Ciudadanos, Juan Marín, y la portavoz del partido en Jaén, Raquel Morales. Por su parte, el presidente de la Diputación también le hizo un guiño de whatsapp al alcalde por su papel para conseguir esta “entente cordiale”, este tratado de no agresión. En esta recién inaugurada etapa de armonía, hay que valorar la lealtad institucional, pero, aunque no haya cruce de navajas, claro que sí hay culpables. Serán los ciudadanos los que asignen la puntuación según el cante que dieron en su momento en nuestro escenario de Eurovisión. Ahora, sin necesidad de citar al señor Lobo, en Pulp Fiction, caballeros, vamos al tajo y, limpiado el escenario del crimen, que cada cual haga su trabajo.