Pasión
por Jaén

03 abr 2018 / 08:54 H.

Jaén, envuelta en nubes entre la ilusión y los fragmentos de la mañana dulce de primavera. Vista de cerca, crece su ensueño en la prolongación de la cima de Santa Catalina y sólo entonces se descubre que allí, su Castillo. Fortaleza sin soldados y sin armas, dibujada, teñida por el rojo sol de sus amaneceres, por el amarillo de sus mediodías, por el carmesí de sus tardes y alumbrada por antorchas de luz naranja al arribar la noche. Donde comienzan los desfiladeros. Piedra y musgos en la cruz del Castillo, cascadas de violetas, promontorios suaves como miradores orientados a un abismo amable y estremecedor que desciende hasta un valle donde se desliza por las laderas de los montes y florecen los almendros, los cerezos, más allá, otra cresta de montañas. Destello de plata y de la honda raíz del olivo primero que dio frutos”. Las puertas de roble dan entrada a la catedral, la cobija, las historias asombrosas de antes del tiempo, las leyendas sobre su construcción. Los balcones en su fachada, parecidos unos a otros, allí donde crecieron, en años distintos que después se unieron, donde dijeron adiós a los que se marcharon al partir a las tierras lejanas donde fueron abrazados en una inusitada ternura.