Peligros populistas

28 mar 2019 / 10:00 H.

Vivimos momentos confusos y el río anda revuelto. Ya se sabe que en ese caos sacan rédito los pescadores, llámense los oportunistas de las gangas, del discurso fácil y la acusación, del desplante y la demagogia. En tiempos agitados es muy fácil apelar a los instintos bajos para arañar un puñado de votos o concitar la aclamación, con arengas propias de otras épocas o regímenes. Occidente adolece de algo bien notorio, y es que se suele olvidar de las involuciones sobre cualquier planteamiento, del retroceso de la noción de progreso, y de que podemos volver hacia atrás en cualquier camino emprendido. Europa mira al resto del mundo con el rabillo del ojo, como si con ella no sucedieran las cosas, pero lo cierto es que nada de lo que se cuece fuera deja de suceder también aquí, y viceversa, ya que una suerte de ósmosis nivela los procesos —para bien o para mal— y los reduce a meros esperpentos de cualquier realidad. En España, la extrema derecha ha reaparecido como fenómeno y la derecha tradicional, ultramontana, retrógrada y reaccionaria, ha endurecido su discurso por su parte. Cuantos más problemas se avecinan, con más rotundidad se responde desde esos populismos, reforzando a la Iglesia, a los cazadores y a los cofrades, cuando ninguno de estos tres estuvo nunca amenazado en este país, protegidos por leyes ancestrales —en algunos casos consuetudinarias— y amparados por sistemas fiscales incluso. Ahora que se avecina la Semana Santa, hay que recalcar que ningún partido ha hecho tanto por ella como el PSOE, y bien que le pesa a mi corazoncito ateo. Quién le iba a decir a ese grupo de apóstatas republicanos — y a mucho orgullo— entre los que me encuentro, que ahora la extrema derecha invoca los arcanos de la religión para expresar su malestar frente al capitalismo, añadiéndole eso de “remover huesos”. No hay mayor descalabro para una democracia que vanagloriarse de la superstición tenebrosa propia del cristianismo, en tiempos de denuncias a curas pedófilos y pederastas
—que no son lo mismo unos que otros—, mientras se reniega de su pasado inmediato, y de la legitimidad a darle sepultura a nuestros antepasados. Pasear imágenes de cristos yacentes, recubiertos de sangre, y dolorosas atravesadas por puñales, no obstante, forma parte de unas raíces que no pueden ni deben cuestionarse, pero hay muchas personas como yo que exigen una nítida separación entre Estado e Iglesia, y un proyecto laico para España al margen de partidos y facciones, un proyecto de modernidad efectiva.

El populismo posee mil caras y sabe meter el cuchillo, tocar la fibra sensible de las masas creando corrientes de opinión fáciles de manejar. Más incluso con las capas populares incultas, las cuales apenas aspiran a cubrir sus necesidades básicas, o a embrutecerse con drogas, con telebasura, sabiendo de antemano que todo está perdido. Probablemente todo esté perdido, no digo que no, pero eso no quita que renunciemos a la lucha por la justicia social, contra las causas falaces, el entontecimiento gregario, las posverdades, el control de las conciencias y la homologación de las singularidades, por un mundo mejor y sin mirar hacia otro lado, sin llevar los focos de atención a otra parte lejos de los conflictos auténticos. En tantas ocasiones, sin embargo, solo de eso se trata, saber que nos están engañando, que nos están distrayendo.