Pellejo
de vino
Tampoco ayer dejaste la taberna. Saliste de esa soledad que es la de dos en compañía. Buscabas ese son de la ebriedad que le procura a tu conciencia escucharse. Tenías demasiados recibos de la contribución al prójimo pendientes. Ay, el vino, piel líquida y profunda, que te ayuda a sentir la estafa que entre todos pactáramos con la letanía del silencio. Gorrión. Jarras de porcelana. Copas limpias. Mollate. Alto nido en penumbra tomado por las tormentas de junio. Lago donde a veces una luna te mira desde la eternidad de un doble tuyo que no eres tú exactamente, donde notas a la gente bebiendo como si toda formara parte de ti mismo, donde el pasado te muestra su misterio, la atroz medida de su desmesura, la que dilata tu tiempo hasta matarlo o curva el espacio un instante cuando calcina la luz estas palabras. Aire que se mueve tras levantar un pájaro su vuelo, que pasa lentamente por lo urgente postergándolo, que confunde el infinito y el fin a cualquier hora. No vengas a hacernos otra vez la apología de la náusea. Has de tutelar la constitución de un nuevo estado de naciones. Lo dice un bebedor de vino, su boca tenebrosa, rojas las encías, transparentes como uvas. Es el mozo de Los borrachos de Velázquez perdido por el Arco del Consuelo.