Pensamientos mágicos

06 feb 2017 / 12:09 H.

Estoy muy contenta porque no paro de encontrar pruebas irrefutables que fundamentan empíricamente la necesidad de tener pensamiento mágico. Por ejemplo, acabo de leer que durante los inquietantes años de la Guerra Fría, la URSS llevó a cabo un proyecto secreto para enviar un enorme submarino nodriza hasta la costa de Estados Unidos que dejaría caer al fondo del océano otro submarino que permanecería con los motores y sistemas eléctricos apagados hasta que comenzara la guerra. Llegado ese momento, el submarino recibiría una orden telepática que activaría el sistema de lanzamiento. El proyecto fue suspendido porque “solo” alcanzó el 95% de los aciertos en las transmisiones telepáticas. Y claro, eso era mucho teniendo en cuenta la importancia del objetivo final: destruir la humanidad. Pensar en esa mera eventualidad resulta turbador, no obstante, me parece adorable que los soviéticos de aquella época dedicaran tiempo y esfuerzo a realizar experimentos que el consenso científico no aceptaba, ni acepta, como válidos. Todo porque los inspiraba un lema: “los demás que sigan discutiendo si existen o no los ángeles. Nosotros los buscamos”. Pero no solo el comunismo tuvo sus escarceos con el mundo de la fantasía, también el capitalismo moderno basó sus cimientos en el más puro pensamiento mágico. “La mano invisible” de Adam Smith, una metáfora que expresa la capacidad autorreguladora del libre mercado, intervenía para unir los intereses públicos con los privados dirigiendo el interés egoísta hacia el bien social. Parece probado que la bondad de esa magia “potagia” capitalista tampoco funcionó. Como ha quedado demostrado con el transcurso del tiempo, las políticas neoliberales no buscan el bien social, al contrario, son unas políticas de austeridad y exclusión para los que no son rentables, los que no producen ni consumen, para los dependientes, los sin techo, los enfermos crónicos, los refugiados que se ahogan en el mar o los emigrantes en los CIEs, haciendo de la insolidaridad la gran epidemia del siglo XXI. Pero como el círculo de la vida nos sigue sonriendo de forma incondicional, de estos lodos a veces resurgen personas que continúan buscando ángeles del bien social y que creen en manos invisibles capaces de amortiguar desigualdades. Así, en Ontario, una provincia canadiense de más de 13 millones de habitantes, un grupo de 194 médicos firmaron en 2015 una carta al ministro de Sanidad de la provincia solicitando una renta básica garantizada para ese territorio. Habían observado que los más pobres tenían una tasa de mortalidad por causas prevenibles un 50% superior a las personas que no tenían problemas económicos. Tengamos en cuenta que, a pesar de que Canadá tiene un sistema de salud público (Medicare), los hospitales están administrados por entidades sin ánimo de lucro y su cartera de servicios no cubre la asistencia especializada. Esto hace que la mayoría de los trabajadores opten por seguros de salud privados y quienes no pueden pagarlo encuentren inasequible su derecho a la salud. Si mal no recuerdo, el gobierno regional terminó aceptando la implantación de una renta básica universal que llegaría a todos los residentes legales de la provincia. Sería un salvavidas para la pobreza extrema, la burocracia excesiva y el aumento del trabajo precario, contribuyendo a la distribución de riqueza y al incremento de las arcas públicas. En España, el jueves pasado, la mayoría de Grupos Parlamentarios, salvo el Partido Popular y Ciudadanos, aprobaron en el Congreso de los Diputados la toma en consideración de una Proposición de Ley a favor de una prestación de ingresos mínimos por 426 euros para las familias sin recursos. No se acerca ni por asomo a una renta universal. Más bien se trataría de un “carnet de pobre”. Para aceptar esas migajas de caridad social, las personas, o lo que es aún peor, las familias, tendrían que pasar por el calvario de demostrar su absoluta indigencia, su falta total de recursos, su pozo sin fondo, su callejón sin salida, su indignidad. Así todo, tengo confianza en que saldrá adelante. Debe de ser mi pensamiento mágico.