Pinchazo de orgullo

10 mar 2019 / 11:16 H.

Tomo prestado este título de Fernando Aramburu, el docente, escritor y periodista autor de “Patria”, ese fenómeno literario y social que nos sumerge en los duros tiempos del terrorismo etarra. Pero no es de sangre y fanatismo de lo que va ese orgullo que he hecho mío. Aramburu se refiere a la íntima satisfacción que sentimos los docentes cuando sabemos cómo les ha ido a nuestros alumnos en eso que se llama “la vida”. Tengo aún en la memoria el reciente intercambio de “biografías” con los que pusieron broche de oro a mi labor educativa y que acaban de cumplir dieciocho años. Nos hemos encontrado con motivo de la edición de un libro con las historias que dieron pie a muchas de las actividades que compartimos en las aulas y el mero hecho de reencontrarlos me ha supuesto una inyección de vanidad debida a ese punto de soberbia que da el imaginar que una parte, quizá ínfima, de su presente tiene raíces en aquel pasado en el que traté de vestirlos de futuro con las mayores garantías. Si echo la mirada hacia atrás descubro que mis primeros alumnos rondan ya la mitad de la cincuentena. Cursaban octavo de aquella mítica EGB y terminaban los años setenta. Desde entonces hemos crecido juntos, ellos y yo, —y otros muchos— en distintos pueblos y ciudades hasta que la sociedad los ha “colocado”. Y sí, siento ese “pinchazo de orgullo” al enumerar sus cometidos y destinos. Son todos como una especie de hijos a los que nunca se les pierde la pista del todo.

Entre la lista encuentro profesionales de la medicina y la sanidad, de la docencia, de la política, del ocio y la hostelería, de la administración, de la universidad y también empresarios, comerciantes, agricultores, ganaderos, ases del transporte, “kellys” y, por supuesto, madres y padres de familia entregados a la ardua labor que eso implica. Todos y cada uno de ellos fueron niños y niñas frente a aquella mesa repleta de papeles en la que corregíamos tal o cual división por tres cifras o repasábamos cuándo se escribe con “h” o con “g”. Pero, además y, especialmente, tratábamos de posicionarnos en la carrera para alcanzar el título de ciudadano libre, crítico, solidario y sensible ante los envites de esa sociedad circundante que no siempre está a la altura necesaria.

En estos tiempos de Internet, redes y realidades virtuales el contacto con los que un día fueron alumnos y alumnas se hace habitual y continuo. Me emociona saber de sus avances, de sus estudios. Veo a los hijos de mis “hijos escolares” crecer y en muchas ocasiones observo en sus ojos a los niños que un día fueron sus padres frente a aquella pizarra verde que en los últimos años devino en digital. El orgullo, el del viejo maestro, avanza hacia una nueva generación.