Pintahuevos

07 abr 2017 / 11:33 H.

El Viernes de Dolores ya huele a incienso, cera candente y fe perfumada de primavera. Huele a Semana Santa, en una palabra. Huele a tradición y a una peculiar forma de expresar los sentimientos religiosos en estas tierras del sur. Si algún acento peculiar pone la provincia de Jaén en el tapete de las tradiciones, no es otro que el de la diversidad. Jaén es ante todo una provincia diversa que pone de manifiesto su diversidad a través de sus paisajes, sus paisanajes y sus saborajes.

Estamos conmemorando este año el 250 aniversario de la fundación de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena por el rey Carlos III, con gentes venidas de centroeuropa. De aquellos alemanes y suizos solo nos quedan la fisonomía y los apellidos de sonoridad germánica de muchos de sus descendientes, y una tradición que ha perdurado y es muestra viva de la amplia diversidad cultural que sustenta los referentes de la identidad jiennense. Es la fiesta de “Pintahuevos”, que aún se celebra en tierras de Olavidia, en la comarca norte de Jaén, cada domingo de Resurrección. En ella se pone de manifiesto cómo un modesto huevo puede haberles sugerido, a prácticamente todas las culturas significativas de la humanidad, la teoría primera del origen del universo y las claves de su constante renovación.

En la vieja Alsacia, región que hoy pertenece a Francia pero que en el siglo XVIII era territorio alemán, se cuenta una antigua leyenda según la cual San Pedro cuando iba a visitar la tumba de Jesucristo, dos días después de haber sido crucificado, se encontró en el camino con María Magdalena que le dijo con gran alborozo que Cristo había resucitado. El apóstol desde su incredulidad —sigue contando la leyenda— le contestó de esta forma: “¡Ya!, creeré que eso es cierto cuando las gallinas pongan los huevos de color rojo”. Entonces, María Magdalena, abrió el delantal que llevaba recogido entre las manos y le mostró una docena de huevos de un brillante color escarlata, que acaba de recoger del gallinero de su casa. Se tiene noticia de la existencia, en un monasterio griego, de un cuadro en el que se recoge este hecho. Como puede suponerse esta historia no está recogida en ninguno de los cuatro Evangelios canónicos, ni forma parte tampoco de los llamados apócrifos, sino que se trata de una narración perteneciente al folklore y la cultura tradicional de algunas regiones de Alemania, Francia, e incluso Rusia, recogidas tanto por católicos como por ortodoxos.

Bastantes alsacianos y bávaros dieron vida en el siglo XVIII a las nuevas poblaciones de Sierra Morena. Junto a sus pocos enseres y sus muchas ilusiones trajeron esta leyenda y, sobre todo, la tradición de pintar huevos el domingo de Resurrección; costumbre que en Guarromán y Carboneros es conocida como pintahuevos; chocahuevos o cuca en Aldeaquemada; rulahuevos en Santa Elena, y domingo de los huevos pintaos en Venta de los Santos, aldea de Montizón.

Desde aquel 3 de abril de 1768, primer domingo de Pascua que los colonos centroeuropeos celebraron el pintahuevos en su nueva tierra andaluza, los guarromanenses, entre otros, han conmemorado la resurrección de Cristo acudiendo cada año al paraje denominado “Piedra Rodadera”, y portando cestillos de huevos pintados de vivos colores, que a la hora de la merienda suelen acabar formando parte de una pipirrana de pimientos asados, aceitunas negras y mucho aceite para mojar. Aquellos colonos, como ahora sus descendientes, revivían el ancestral rito del eterno renacimiento del cosmos, el estallido vital de la primavera a través de la resurrección de Cristo, que en sus últimas raíces no encierra otra cosa que el deseo y la esperanza de la propia resurrección de cada cual. Las ocho generaciones que nos separan de los primitivos colonos han diversificado los colores dados a los huevos, que en un principio solían ser amarillos si se cocían con paja, o morados si se dejaban hervir con la piel violácea de las cebollas, o rojos cuando se impregnaban del tinte que soltaba una tela de este mismo color mojada en agua hirviendo.

La vida es una noria. A unos cangilones le suceden otros... Es el eterno retorno, el perpetuo renacimiento.