Presidenta por un día

10 dic 2018 / 11:23 H.

Nací cuando la dictadura daba sus últimos coletazos. Recuerdo perfectamente el día que murió Franco, aunque solo tenía seis años: esa mezcla de alegría y miedo que se respiraba en mi casa. Me acuerdo de los primeros comicios, de los carteles pegados en cualquier sitio, de los coches con megáfonos, de las papeletas. En las recientes elecciones andaluzas, que nos dejan un panorama político incierto, me tocó ser presidenta en una mesa electoral. Sentí la responsabilidad de que todo saliera bien, de que no hubiera ningún problema y que, por alguna torpeza mía, se invalidaran los votos. Poco a poco, cogí seguridad, me la dieron los primeros votantes, ancianos octogenarios que acudían apoyados en su bastón. Ellos son un ejemplo que pocos jóvenes siguen, porque no saben lo que es vivir sin libertad e ignoran la importancia de un voto en el devenir de sus vidas. A las ocho se cierran las puertas y, poco después, se inicia el recuento. Y, entonces, conforme el montón donde se acumulan las papeletas de VOX crece inexorablemente, primero siento incredulidad y, luego, miedo. La alargada sombra de la extrema derecha llega a nuestro país, ya no somos una excepción en Europa.