Público soberano

24 nov 2016 / 20:18 H.

Los pudientes del mundo siempre estuvieron comunicados. Lo que ahora ha cambiado es que también lo estamos los ciudadanos de a pie de cualquier lugar. Por eso, cogiendo en corto el asunto de las recientes elecciones USA, podemos reflexionar respecto al proceso o al resultado de las mismas sin perder la perspectiva cercana del acontecer político propio que vivimos en España. Son ámbitos diferentes, pero en absoluto independientes. Cada día sabemos y dependemos más los unos de los otros, y quizás por eso aparecen ciertas coincidencias en el reciente acontecer político español y americano. Hemos visto, por ejemplo, que las elecciones ya no son tan previsibles. Que las encuestas fallan. Que la independencia de la prensa ha pasado a mejor vida y que, a pesar del descarado control de los medios, lo cierto es que la política ha recuperado espontaneidad y emoción. Porque tanto allí como aquí el sistema está tocado por las connivencias político-financieras propias de una indecente forma de ejercer el poder. Es evidente también que se está perdiendo el miedo a lo políticamente correcto. Que ya no se asusta nadie, y menos quien está jodido. “Señor cura, si hay que ir al infierno se va pero no nos acojone”, que decía el feligrés tras un aterrador sermón. Y que por lo que se intuye y se prevé parece que esto va a continuar en otros países de nuestro entorno más cercano. Y eso es precisamente lo que más nos tiene que preocupar. Más allá del famoso Brexit, Francia, Austria, Alemania, están poniendo sus barbas a remojar, quedando en evidencia la Europainacabada. A estas alturas ha cambiado mucho la teoría de los ámbitos en política. Cada vez hay más gente cansada de cuentos bien empaquetados por quienes miran para otro lado ante los paraísos fiscales o las impunidades pujoleras. Todo esto era de esperar, y fue precisamente aquí donde primero sonó la alarma de la indignación cuando de forma espontánea se levantó aquel viento fresco y saludable del 15M. No se atendió al mensaje desde las elitistas esferas del poder y los negocios, (¡ay, Felipe de mi vida!), y unos cuantos espabilados aprovecharon la corriente a favor de viejas ideologías adulterando con aromas de republicanismo resentido lo que era un clamor general que miraba más hacia delante que hacia atrás. ¡Cuánto crecerían algunos en credibilidad si comenzasen por reconocer y contarles a los más jóvenes los graves errores de esa misma república que tanto les gusta cantar! Porque podemos coincidir en la exigencia de cambios, pero lo cierto es que la demagogia de puño en ristre a muchos, que ya somos mayorcitos, nos espanta tanto como el brazo en alto de otras opciones que también andan a la zaga. Tenemos un futuro incierto y muchos problemas. No lo compliquemos más poniendo en solfa los pilares básicos y compartidos de la convivencia. Cada uno acaba rompiendo por donde le da, o por donde le pongan la muleta más plana aunque no sepa lo que hay detrás, pero el respeto a las reglas es fundamental. No vayamos a descalificar los resultados porque guste más o menos lo que salga del encuentro. Porque lo que se cuenta en democracia no son las inteligencias o los pelajes de los individuos, sino sus voluntades. La libre voluntad que hace que, como en los toros, el público sea el único soberano. Y eso es tan sagrado como la Constitución que lo ampara y reconoce.