Que piensen y digan
Entre las recientes polémicas fugaces que los políticos nos procuran ha habido una que me ha llamado la atención. La recuerdo brevemente. El secretario de Estado de Seguridad Social, Octavio Granado, hace unas declaraciones sobre las pensiones en una jornada organizada sobre el asunto por una asociación de directivos. Sus palabras parecen perjudicar al gobierno de cara a las elecciones y la ministra del ramo, Magdalena Valerio, además de decir que el gobierno no tiene intención de modificar las pensiones de viudedad, comenta sobre la persona que al parecer la ha puesto en un brete: “Opina en alto, va a conferencias, a charlas, él opina, opina... y a veces no se da cuenta de que forma parte de un Gobierno.” Eso sí, concede que “sabe mucho, es un buen técnico de la Seguridad Social...”. Es justo esto lo que quiero señalar. Alguien que forma parte de un gobierno no puede decir ciertas cosas como experto en la materia y en un foro de entendidos. Entiendo que la ministra le otorga el carácter de experto al decir que “sabe mucho”, si bien eso contradice sus palabras anteriores al calificar despectivamente las intervenciones de su subordinado de “opiniones”. Saber y opinar parecen ser dos modos opuestos de enfrentarse a la realidad, sin que el primero suponga, maticemos, la posesión absoluta de la verdad.
Alguien que sabía de estas distinciones escribió un artículo en 1784 en la ciudad prusiana de Königsberg. Se llamaba Immanuel Kant, y en ese texto se preguntaba por el significado de la Ilustración. Su respuesta era esta: “Ilustración significa el abandono por parte del hombre de una minoría de edad cuyo responsable es él mismo. Esta minoría de edad significa la incapacidad para servirse de su entendimiento sin verse guiado por algún otro. Uno mismo es el culpable de dicha minoría de edad cuando su causa no reside en la falta de entendimiento, sino en la falta de resolución y valor para servirse del suyo propio sin la guía del de algún otro. Sapere aude! ¡Ten valor para servirte de tu propio entendimiento! Tal es el lema de la Ilustración”. En ese contexto, el filósofo prusiano hace una interesante distinción. Los individuos pertenecemos a diversas agrupaciones, incluida la sociedad. Como miembros de ellas, tenemos que obedecer las normas que las rigen. Pero esa obediencia no está reñida con la posibilidad de pensar por nosotros mismos sobre las cosas que nos conciernen y de las que entendemos y exponer al público nuestras conclusiones. La distinción consiste en eso: en cuanto que ocupo un puesto en la sociedad, debo obedecer; en cuanto que entiendo de algo, debo tener libertad ilimitada para pensar y decir. El violinista de una orquesta deberá seguir las instrucciones del director, pues si cada músico interpretara del modo que él considera el mejor una partitura, la ejecución de la obra se vería truncada. Ahora bien, si en una revista especializada, y como docto en materia musical, el violinista expone sus ideas sobre la interpretación más rica de la pieza en cuestión, nada habría que objetar. Pensemos en los diferentes ámbitos donde se lleva a cabo una obra en común: educación, empresa, deporte colectivo. Discrepar con argumentos de la línea conjunta no supone insubordinación mientras el miembro del grupo cumpla adecuadamente su función. Que la política suprima ese “uso público de la razón” (así lo nombraba Kant) y obligue a un experto, no solo a obedecer como miembro de un proyecto, sino también a no cuestionarlo o a no proponer futuras posibilidades a un público versado en la materia, es una mala noticia, no solo para el saber sino para las propias autoridades.