Rabiosa actualidad

15 feb 2018 / 09:21 H.

Resulta complicado vivir con la rabiosa actualidad, a pesar de que queramos vivir sin ella. Y difícil —que no es igual que complicado—esquivar los avatares de sus mascaradas, sus continuos embates, y nuestra urgencia por estar al día. A veces queremos sumergirnos en el torbellino de las cosas para no perdernos nada, otras quisiéramos desaparecer y aislarnos de la tormenta. Fantaseamos con refugiarnos en el campo, la oda a la vida retirada, lejos del mundanal ruido, que nos dé la felicidad ansiada. Pero a ese retiro nos llevaríamos demasiadas cosas. ¿Quién puede sobrevivir hoy sin agua corriente o luz eléctrica? ¿Sin móvil, internet, gimnasio, netflix o barritas energéticas? Bueno, a muchos les sobraría el gimnasio, lo reconozco. Recuerdo que en casa teníamos la capillita portátil con la virgen, y circulaba por todo el pueblo. Le echábamos una peseta y cerrábamos sus postigos antes de llevarla a la siguiente vecina. Hacía muchísimo más frío. Los inviernos eran más largos sin el frenesí de la sobreinformación, sin lo anticuado y envejecido de las flores de plástico endurecido, mobiliario de usar y tirar... Había dos canales de televisión... Íbamos con la lechera a comprar leche de cabra, que era la que se vendía. Luego se impuso la de vaca, la de cabra era algo pueblerino, aunque décadas después dijeron que es la mejor, y ya casi nadie la tome. La rutina nos llevaba a la tienda con el casco de la botella de vino o de gaseosa, y esa era una forma efectiva de reciclaje, antes de los envases no retornables. Eso también es actualidad, no sé si rabiosa. El consumo ha creado carencias tan artificiales como los paraísos, y no podemos prescindir de ellas. Lo que se planteaba como una comodidad, ahora es esclavitud. Y aferrados a nuestros deseos frustrados ahí andamos, mal que bien, sin poder sustraernos a lo que eso significa en nuestra vida cotidiana, en ese tiempo que se escapa sin saber adónde, pensando que lo que de verdad se realiza se encuentra al otro lado, que lo que de verdad sucede se halla al otro lado, que lo que de verdad importa... No miro el pasado con nostalgia, pensando que fue mejor, y mucho menos aquella religiosidad que nos tuvimos que sacudir como pelo de la dehesa, sino para indagar en ese tiempo en blanco y negro, investigando en la imagen. Suelo repetir, además, que la religión ha sido el peor invento de la humanidad... Y en ningún caso sirve colorear la fotografía, imaginándonos la secuencia con la falsedad de una reconstrucción ampulosa, aunque el relato necesite de nuestra continuidad. Ahora las modas pasan de moda sin pudor, existe la obsolescencia programada, y vivimos en la virtualidad. Nada es lo que parece, todo se desmorona alrededor, lo sólido se desvanece en el aire, y la vida se hace líquida, como propusiera Bauman. Así, los recuerdos son milésimas de segundo, parecen páginas caducadas, y nosotros apenas representamos más que un dato, una estadística... Pero no nos equivoquemos: lo que quiero decir, lo que quiero en realidad decir, es que hay pocas cosas que de verdad importen, porque en medio de este marasmo, de tanta precariedad laboral y remiendo de las voluntades, los de siempre seguirán haciendo su agosto en pleno invierno, otro invierno más aprovechándose de los más débiles, y nosotros con la boca abierta, babeando no precisamente de rabia, delante de la pantalla.