Redes incívicas

20 dic 2017 / 09:12 H.

Qué haríamos hoy sin las redes llamadas sociales que van apareciendo y tomando forma, cada vez más arraigada, a través de Internet? ¿Verdad? Sí, esas en las que se puede sacar lo mejor y lo peor del ser humano, la tribuna de moda, en apariencia libre, donde a la insufrible envidia —y solo por traer a colación un ejemplo—, se le puede dar rienda suelta en forma de mensaje público, pensando erróneamente que hacemos un uso legítimo de nuestra libertad de opinión, como si la vida nos fuera en ello, donde la incapacidad, el desasosiego mental, las malas artes y la cobardía más que manifiesta, van adoptando la morfología de un espectro infernal. Bueno, este que escribe, sabe de lo que habla perfectamente. Ahora se inventan robar tu identidad para reenviar peticiones de amistad a través de una red muy conocida, con tu propia identificación. Una vez aceptas, sin saber muy bien de dónde viene tal bombardeo de ti mismo, te das cuenta de que alguien ha suplantado tu personalidad y se permite ponerse en contacto por privado para insultar, en el mejor de los casos. Frente a tal situación de desamparo, uno bloquea, pero claro, por medio de esa treta cibernética, lo que han hecho es llegar hasta tus archivos personales. Es el momento en que ya estás desnudo, desnudo en alma, en eso que llaman intimidad y que es un delito ir hasta ella sin que tú, libremente, hayas abierto tus puertas. Uno se siente impotente, formateas el ordenador y te enfadas con el mundo. Presiento que el ser humano habrá de sacar todavía lo peor de sí mismo, es lo lamentable. Hoy tenemos esta forma de proceder, ayer la tuvimos con la Inquisición, y sobre lo que nos depare el futuro, ya a todos nos convierte en visionarios. ¡Qué pena me da que personas del propio entorno, que te vieron nacer y compartir con ellos parte de tu vida, empleen estas sucias formas para mostrar su propia inmundicia! Un rencor viciado de no saber valorar porque no han podido y ya no podrán jamás alcanzar algo tan bonito como la dignidad. Estas personas no saben que lo soez lleva sus nombres, y que si la ley no nos ampara, sí lo hace el saber que el propio destino nos tiene preparado el mejor regalo para que se restablezca el equilibrio.