Refugiados y corrupción

06 may 2017 / 11:37 H.

Refugio”, de Miguel del Arco, que se acaba de estrenar en el teatro María Guerrero de Madrid, es una estremecedora obra sobre sueños frustrados. Está el refugiado sirio, que en su terrible huida hacia Europa perdió a su mujer y a su hijo; el político acusado de corrupción, finalmente hundido por la sensación de haberse traicionado a sí mismo; o la cantante de ópera que se ha quedado sin voz. “Refugio” es una obra sobre la pérdida en todos sus matices. Y también se trata de una colosal reflexión sobre el lenguaje. El autor nos recuerda al poeta Yalal ud-Din Rumi, que escribió: “El hombre está escondido en su lengua”. El lenguaje: Cómo se han manipulado las palabras para utilizarlas en beneficio propio. “Entonces procure usted elegir mejor sus palabras para componer sus ejemplos; el lenguaje es importante”, dice a una periodista Suso Santisteban, el político “presuntamente corrupto”, interpretado por un sensacional Israel Elejalde.

Hay en “Refugio” un exceso de temas que se entrecruzan. Pudiera parecer una obra primeriza: Esas en las que un joven autor lo quiere contar todo. Pero el teatro es síntesis. Y el veterano pulso como dramaturgo de Miguel del Arco controla que la obra no descarrile, pese a la cantidad inmensa de palabras, palabras con sentidos opuestos, que pronuncian sin parar los personajes, palabras que el espectador percibe que muchas solo se dan en la mente de esos personajes, pero las escuchamos. Sima (una acertada María González) murió en la patera en la que huía de Siria y de la guerra. Pero la oímos cuando grita a través de la mente de Farid.

En el prólogo del texto de “Refugio” se explica que 65 millones de personas se encuentran actualmente buscando refugio en algún lugar. Esa circunstancia en sí misma justifica la obra. Sima, decíamos, murió, pero está permanentemente en los pensamientos de Farid, que vive en la casa de Suso y de su familia, incomunicado, negándose a aprender el idioma, y los demás lo ignoran, todos, porque Suso acogió a Farid únicamente para salir en la foto, por una simple cuestión de imagen política. Sima martillea dentro de la mente de Farid: —“Nadaste, mi amor. Esa es la palabra que elegiste. Nadaste hacia la superficie mientras tu hijo y yo nos hundíamos en el agua hasta quedar clavados en el fango para siempre. Nadaste Farid, con las fuerzas que te quedaban... y nos dejaste allí. Este es el verbo que decidiste conjugar: nadar. Tú nadaste”. Porque “Refugio” es, también, una obra sobre la culpa.

Está Lola, la chica de 19 años que lucha por cambiar la vida. Pero lo hace entre vocerío. Palabras. “Lo que no entiendo es cómo la gente de mi edad no sale a la calle y quema el Parlamento”, dice. En “Refugio” unos temas se superponen a otros, y resulta del máximo interés la peripecia de Suso, cuyas palabras y las que le dirigen los periodistas parecen entresacadas de cualquier informativo reciente. Afirma la periodista: “Que el señor Suso Santisteban no supiera lo que estaban haciendo sus colaboradores pertenece al género de la ciencia ficción”. Y las reflexiones finales de Suso: “Somos tan beligerantes en la defensa de lo que opinamos que tal vez hemos olvidado pensar lo que defendemos”. Y una certeza: “He sido absolutamente consciente de que el mundo que he contribuido a construir es mucho peor que el que me dejaron mis padres”. La angustia, la frustración. El dolor: “Me concentro en la transitoriedad. Pasará, pasará... Todo pasa...”. El teatro como la vida. La vida como el teatro.