Rody y Pepito

08 dic 2017 / 10:33 H.

Fue a mediados de la segunda década de los 50 cuando esta pareja de payasos, Rody y Pepito, tuvieron su vivencia popular. Empezaron un día como el de hoy, entonces celebrado no solo como el día de la madre de Dios sino, también, de las madres terrenas, cuando debutaron en el inolvidable Teatro Cervantes, en una función de artistas noveles que el Frente de Juventudes celebraba en homenaje a todas las madres. Esta joven pareja formada por Rody, llamado José Rodríguez Poyatos, y Pepito, un servidor, pese a su juventud, repitió actuaciones en ese añorado escenario y no dudaba en hacerlo en otros escenarios más modestos, pero más entrañables aún, como eran el Sanatorio de los Prados o el del Neveral. Junto a otros jóvenes con ilusiones formamos el Grupo Artístico “Calderón de la Barca”, por donde pasaron artistas como Rosario López, Loli Valderrama y Eduardo Montes “Jardi”, entre otros.

Pepe Rodríguez Poyatos y yo dimos algunos tímidos pasos en el mundo profesional en la compañía de los hermanos Valderrama, Manolo y Ángel. Pero siempre por escenarios de nuestra provincia. Cuando llegó el momento de que la compañía tuvo que desplazarse a Marruecos para hacer una corta gira, renunciamos alegando motivos de trabajo. Había que tomar una seria decisión y optamos por la más fácil: la del puesto de trabajo, aunque yo tenía otra excusa. A mi novia —mi mujer desde hace más de 54 años— no le gustaba que yo estuviera en el teatro. Y lo dejamos. Allí se acabó la breve pero bonita historia de Rody y Pepito. Una historia nacida el Día de la Madre de 1955. Después, con el paso de pocos años, llegó la obligación del servicio militar para aquellos muchachos, con lo que el grupo artístico desapareció. Unos pocos siguieron adelante por otros caminos y varios encontraron el éxito.

Hoy recuerdo aquellos tiempos de juventud. Y añoro aquella vieja maleta de madera, propiedad de mi compañero Pepe, en la que quedaron para siempre mi traje rojo, mi sombrero verde y mi nariz roja, junto a la ropa más brillante de Pepe. Una maleta que no viajó demasiado, pero que siempre, junto a los disfraces, llevaba un puñado de sonrisas que hicieron felices a muchas gentes. Y recuerdo a los compañeros del grupo que nos dejaron para siempre y a los que aún seguimos ya mayores y con achaques, pero con la ilusión de aquel tiempo aún metida en el corazón.