Rosario López, de nuevo

04 dic 2016 / 10:18 H.

Estoy convencido de que Rosario se enorgullecería de cuantos elogios se han prodigado, desde las instituciones y personas singulares de Jaén, hacia su persona, esencialmente “buena”, tanto en el sentido más “machadiano” del adjetivo, como en el sentido de apreciación popular generalizado de quienes la conocieron y trataron. Pero, con ello solo, no se le hace estricta justicia porque, que yo sepa, nadie ha profundizado en su categoría excepcional de artista flamenca, reflexión esta que quedará pormenorizada, en el mes de marzo de 2017, en forma de aproximación a la trayectoria cantaora de Rosario López, recientemente fallecida.

Pese a dificultades personalísimas, esta indagación se ha intentado desde una perspectiva de absoluta objetividad. Existen laderas inexploradas en la trayectoria artística de la cantaora de Jaén, cuyo examen podría contribuir a resolver esa estéril y todavía crónica polémica sobre si el flamenco debe de residenciarse en una u otra etnia. Y en tal sentido, los precedentes de Rosario son de tanto o mayor predicamento que los habitualmente invocados por ciertos cantaores.

Y resulta así, porque si bien ella de niña, casi bebé, no escuchó este o aquel remate de soleá por los patios de Triana ni fue convocada a las fiestas de barrio de Santiago o de San Miguel ni merodeó por la Alameda de Hércules con la familia de los Soto o de los Pavón, sí podría vanagloriarse de haber oído, con fruición, a los mejores artistas de los barrios flamencos de Jerez, a los mejores artistas de Sevilla, como la Niña de los Peines, como Pepe Pinto, como Marchena, como Manolo Caracol, como Paquera..., en el Teatro Cervantes, cuya conserjería y mantenimiento tenía encomendada Enrique López, padre de Rosario. Y a propósito de aquel hombre admirado y querido por todos, he presenciado a directores de orquesta, después de la interpretación de una obra clásica, con ejecución perfecta del batería, echarse las manos a la cabeza, cuando alguien le comentaba que el percusionista Enrique no sabía solfeo. Tal sentido del compás completamente intuido más que aprendido se transmitió a Rosario, la cual en Madrid, ante la sorpresa de músicos profesionales, dirigió a la perfección en una versión atípica de karaoke, el primer tiempo de la “Patética” de Tchaikovsky.

En ese análisis se mueve la reflexión que será titulada “Aproximaciones al cante de Rosario López”. ¡Ojalá hubiese venido antes de su sentido fallecimiento!