Salvador Compán en Daza

22 may 2017 / 11:04 H.

Daza es el nombre que ha puesto el novelista ubetense Salvador Compán a la ciudad-escenario de su última novela, “El hoy es malo pero el mañana es mío”, un verso de Machado. Tuve el honor de acompañarle en la presentación que hizo el pasado día trece de mayo, con motivo de los actos de la Feria del Libro en Jaén. Y el privilegio de ser una de la primera lectoras de esta obra. Me ha dejado huella. Por eso la recomiendo.

A mediados de la década de los 60 España era una inmensa Daza, trasunto de Baeza-Úbeda. Con damas con velo negro en misa de doce. De esposos grises, con brillantina y familia los domingos y fiestas de guardar, y putas los lunes. De adolescentes de ideas tan cortas como su primera minifalda; con más laca y prejuicios que sueños y libros. Una España como la de Machado, de bostezos. Llena de don Güidos, muertos de pulmonía un día. Con muchas moscas vulgares sobre la sopa. Por eso bastantes súbditos, aún con la sangre helada por una de las dos Españas, abrazados a su maleta de cartón y hartos de comer cardos y collejas, volaban más alto que las moscas y aterrizaban un día cualquiera en eso que se llamaba Europa, lejísimos. Éramos una nación ocre y mediocre, donde bajo la mesa camilla del brasero se cocían romances turbios mientras dormitaba la abuela, o la carabina; mientras se guisaba a fuego lento un puchero con tres cuartos de tocino y media libra de libertad.

Es que a la libertad, como al amor, nadie los puede secuestrar para siempre, por muchas mesas de camilla que los tapen. Al final termina escapando por la ventana cuando llega ese verano de la novela de Compán. Cuando hierve la sangre de la juventud en pandillas de Daza, y cantan un tal Joaquín Martínez, aprendiz de guitarrista, antes de volar lejos de Daza, subido a la guitarra de la fama. Cuando ya hay cines de verano y echan películas de romanos donde siempre pierden los malos. Y en Daza existe hasta un “cine de la mugre” para ver a Marilyn. Porque a esas altura de la película nacional ya se sabía de memoria lo que iba a contar “el parte” de RNE. Porque Ama Rosa aburría, y Guillermo Sautir Casaseca se repetía demasiado. Tanto como doña Elena Francis, con sus sermones a las mocitas, para que ni las rozara el novio; o las esposas, para que aguantaran al marido por borracho que fuera; o el cura, empeñado en que poblar la Patria de hijos legítimos, aunque no siempre pudieran comer pan pasada la teta. Por entonces en cualquier Daza de España ya apenas quedaban aceituneros altivos. Sí abundaban olivares ocres, o trigales amarillos en tierras pardas, malditas por la pertinaz sequía. Era tal la sequía, que secaba hasta el alma, que ya es decir.

Compán en esta novela vuelve a demostrar sus dotes para construir historias apasionantes; para realizar retratos sicológicos magistrales de seres humanos en los que nos reconocemos. Y, como telón de fondo, la inquietud por la justicia social, pues “ un hombre vale exactamente igual que otro hombre”. Él entiende la literatura como pasión, descubrimiento, búsqueda. Es que resulta difícil vivir sin ideales. Por eso escribe que “crear es parecido a arar pues hay que levantar la realidad y removerla hasta que enseñe sus raíces” . Su literatura también es refugio ante la soledad, pero a la vez destapa heridas, como el arado. Porque llega al límite cuando habla de sentimientos. Porque rompe con la mediocridad y el conformismo y es un grito frente a la mansedumbre asumida como normal.

Su novela, cargada de intriga de principio a fin, impecable en fondo y forma, denuncia la injusticia, la violencia y a la manipulación, porque matan los más importante que tiene el hombre, su libertad. Es también el dibujo de una España incapaz para la mesura, como la pintó Goya; intolerante a borbotones; ávida de sangre inútil, sobre todo si es la del vecino. Pero a la vez un canto a la esperanza, porque la amistad, el amor, eje central del argumento, nos redime. Y un homenaje a la mujer, cuando nada les era fácil; pero ganaron su futuro rompiendo techos de aceros. Una novela de varios argumentos, que se funden en uno, y que necesitan un solo final. En la huida, simbólica y real, nos llegan al alma versos de la obra de Cesar Vallejo: “Niños del mundo, si cae España / Salid niños del mundo, id a buscarla”.