Sardina Frescué

25 nov 2018 / 12:09 H.

Por esta vez, sin que sirva de trascendental precedente, y aunque estemos en campaña electoral, vamos a intentar eludir la mentira, o la verdad conformada en torno a algún interés concreto. Ardua labor para el que opina, para el que informa, para el que escucha, para el que lee, puesto que se conoce por la mayoría de humanos racionales que la mentira es de natural “carnavalera”, que se disfraza y enmascara, frente a la verdad desnuda y tantas veces solapada. Pero no está en el ánimo del escribidor hacer inventario alguno de la diversidad y tipos de mentiras y verdades que respiramos, que nos nutren o merman, pues soy lego en las moralidades del prójimo, y no me hallo animoso a estas alturas del año, y después de haber visto lo visto, para afrontar cualquier tema de enjundia, sino más bien en recalar en ámbitos más livianos y jacarandosos. Estando en esta tesitura me viene a la memoria la letra de esa cancioncilla popular que dice: “Vamos a contar mentiras, tralará, vamos a contar mentiras, por el mar corren las liebres, por el monte las sardinas”, dando por cierta la primera como realidad mendaz, pero no asumiendo incondicionalmente la segunda, pues doy fe, por ser testigo, de un prodigio que se repite cada veinticinco de noviembre en el cerro que domina Jaén, donde las sardinas corren por el mismo, de mano en mano y hasta diría que vuelan de la brasa al pan, y de ahí al buche del romero jaenero, que las ingiere, eso sí, devotamente, en memoria y celebración de una de sus patronas, la Santa, Catalina de Alejandría, virgen, sabia y mártir, tres virtuosos títulos ante los que solo cabe el respeto y la admiración, de los que seguramente carecen la totalidad de los sardinófagos de la capital jiennense, y si no, que me lo desmientan . No se sabe a ciencia cierta, cuál es el origen de esta tradición. Siendo la sardina un alimento un tanto vilipendiado en tiempos pasados, un pescado como muy comunero, para paladares plebeyos, y suponiendo que sería muy barato, se entiende que el personal de la romería lo consumiera a destajo y con tranquilidad de bolsillo, en vez de ir acarreando solomillos de ternera cerro arriba y sin avales dinerarios. Hay que ver como transmutan las querencias, aquella humilde sardina de antaño, es hoy la reina de los ácidos grasos omega-3, bendición de los cielos y carburante del corazón. Otro posible fundamento de la festiva sardinada pudiera hallarse en la reminiscencia de nuestro añorado y reivindicado puerto de mar, quizás, a la postre menos utópico que la puesta en marcha del tranvía de alta banalidad y poca velocidad. Sin entrar en más conjeturas, sigamos a la vasca de lucidas pantorrillas; la sardina frescué y arrimada a las ascuas de Jaén.