Segundas oportunidades

27 may 2017 / 11:03 H.

Semana blanca de resurrección. Pedro Sánchez es la confirmación de que hay vida más allá de la muerte orgánica de partido. Intuíamos que se podría convertir en el primer muerto viviente de aquel PSOE apocalíptico de octubre de 2016. Aquel “Walkin dead” patrio retorna al puesto de secretario general del PSOE con toda la fuerza de la militancia. En aquellos días tenía cara larga de John Wayne, le sobraban los motivos. Mientras los barones tiraban de un lado, la base social marchaba en sentido contrario. Otro secretario general amortizado a las primeras de cambio, pensábamos, mientras le tomaban las medidas para su funeral político. En aquellas crónicas tristes de un socialismo en horas bajas, apuntábamos también que quien se quedara con el papel de enterrador acabaría oliendo a muerto y que la militancia no lo perdonaría...

Aunque se intentó poner tierra de por medio, y no solo encima, a la postre, la militancia se empeñó en no olvidar; aferrarse al recuerdo de lo que pudo haber sido, mientras el “desaparecido” se mostraba con el don de la ubicuidad por bandera y, sobre todo, el de la oportunidad política de mostrarse como el hombre que luchó contra todos los elementos. Un fenómeno paranormal. Su mortaja política le acompañó como un “blusero” incapaz de ocultar su melancolía en todos los bolos que dio por España y, a cada paso, agrandaba la leyenda y mutaba a rumboso por Peret: “No estaba muerto, que estaba tomando cañas”.

A Susana Díaz, el coro de barones le estropeó, al final, el cuadro flamenco. A la propia militancia, al parecer, le sonaban a palos poco renovados. Un flamenco ortodoxo, pero sin duende. Rodearse de la vieja guardia fue interpretado por los militantes silentes como si careciera de voz propia. De vuelta al tablao de San Telmo tendrá que pulir el estilo y esperar mejor ocasión para triunfar en “Madrid”. Habrá que preguntar a los gurús que la aconsejaran si se precipitaron en las formas, el fondo y el momento. Los liderazgos sólidos requieren de mesura, tiempo y gestas. Los avales fueron una pretendida demostración de fuerza coral que se quedó muy lejos de arrasar. Si tras el recuento hay menos votos que avales, se certifica que la “presión” del aparato no puede llegar hasta las urnas. El margen personal es difícil de calibrar siempre.

Ese pánico al voto es un terror compartido. Es sabido que la votación secreta es el canario que meten en las minas los partidos y en caso de fuga de gas, la dejan morir y le pegan una patada a la jaula. Bien lo sabe el PP, con un sistema mixto de elección, que es un artefacto de mecánica suiza para mover las manecillas del reloj al antojo. Si hay lista única, mejor, el reloj da las doce en punto. Por el contrario, si hay dos opciones, la vía de los compromisarios siempre permite corregir el voto de los militantes y dar, así, la hora pretendida. El milagro lo puede bendecir Sevilla, Madrid o, directamente, Lourdes, pero cuesta creer que esa sea la forma más “democrática” de elección de un presidente provincial.

Cabe por lo tanto el riesgo de que a las puertas festivas de un congreso, y tras la elección de Juan Diego Requena, se monte la algarada al grito de “pucherazo”, “sinvergüenzas”... Un nutrido grupo que jaleaba a un alcalde de Porcuna que lideró una revuelta de las que no se recuerdan en el Partido Popular de Jaén. Otros como el emergente y joven Marino Aguilera dimiten por vergüenza torera de sus cargos regionales en el partido, ante el escarnio de comprobar cómo la resolución del Comité Autonómico de Derechos y Garantías no tenía valor alguno. Eso es cuidar la cantera.

La sensación de sentirse estafados es una energía que tendrá que canalizarse. Los últimos movimientos de Miguel Moreno fueron un intento vano, desesperado, de llamar la atención. Pero, y el paralelismo es evidente, tiene un suelo militante que cultivar. Quizá solo tenga que esperar a una segunda oportunidad. Otra cosa es que se lo permitan.