Sobre enterramientos

06 nov 2018 / 11:35 H.

Desde la Edad Media, los reyes, nobles y personas ilustres han sido enterrados en iglesias y catedrales, como una manera singular de resaltar su linaje. Alguno incluso —como los Reyes Católicos, con la Capilla Real de Granada—, encargaron y construyeron sus propios enterramientos junto a la Catedral.

Estos enterramientos ligados al poder y al dinero han sido una tradición en la Iglesia Católica, que ha encontrado así otra vía histórica de financiación que, lamentablemente, se mantiene hasta nuestros días. Mi perplejidad estas últimas semanas ante la polémica por la posible inhumación de Franco en la Catedral de La Almudena me ha llevado a indagar y analizar la situación actual de los columbarios en las iglesias. Mi sorpresa ha sido conocer que, a pesar de que el Concilio Vaticano II prohibió las inhumaciones dentro de los templos, en el artículo 1242 del Código de Derecho Canónico de 1983: “No deben enterrarse cadáveres en las iglesias, a no ser que se trate del Romano Pontífice o de sepultar en su propia iglesia a los Cardenales o a los Obispos diocesanos, incluso eméritos”, estas inhumaciones se siguen produciendo en numerosos templos. Algunas como la iglesia de San Ginés, en el centro de Madrid, lo justifican reconociendo que no se les entierra en la iglesia, sino en la cripta de la iglesia, aunque formen parte del mismo conjunto religioso. Esto permite que algunos ricos aristócratas, puedan seguir cultivando esta tradición y estar más cerca de Dios en el fin de sus días y el resto de los mortales les reconozca así esta distinción. Es el caso de Isidoro Álvarez, su tío y otras ricas familias madrileñas enterradas en este templo. Es decir, que ese intento del Concilio Vaticano II de acabar con las desigualdades, ya que todos somos iguales ante los ojos del Señor, sigue sin cumplirse y ni somos iguales en la vida, ni somos iguales en la muerte.

Algo parecido sucedió con el enterramiento de Adolfo Suárez y su esposa en la Catedral de Ávila, enterrados en el claustro por su expreso deseo, con un epitafio que dice: “La concordia fue posible”. Las casualidades y contradicciones de la historia han querido, sin embargo, que a pocos metros también esté enterrado su paisano, el escritor y presidente de la República en el exilio, Claudio Sánchez de Albornoz. En la cripta de la Almudena ocurre lo mismo y hay cerca de setecientos cuerpos inhumados, entre ellos, los marqueses de Urquijo, de Cubas, y la propia familia Franco, que adquirió su derecho a ser enterrados allí por el precio establecido por la iglesia.

Si se mira con perspectiva todo esto, resulta grotesco y hasta indecente, en el siglo XXI si queremos una iglesia que responda a sus mandatos cristianos. Llegados a este punto, yo me pregunto ahora, si no habrá llegado el momento de que esta nueva iglesia del Papa Francisco retome el asunto y estudie y cambie esta situación, para que los privilegios que unos pocos pueden disfrutar en sus vidas, dejen de ser los mismos en el momento de su muerte. Aunque sea un negocio rentable, ¿No sería mejor que la Iglesia encontrara otros mecanismos de financiación estables y transparentes y dejara estos espacios de enterramiento, como dicen sus normas a los discípulos de Pedro? Por lo demás, resulta curioso y os animo a ver el enorme listado de personas ilustres enterradas en los principales templos de España, desde Falla y Pemán en la Catedral de Cádiz, hasta Góngora en la Capilla de San Bartolomé de Córdoba, o Cristóbal Colón y Murillo en la Catedral de Sevilla.