Su victoria
es inocularnos el miedo

25 ago 2017 / 11:08 H.

Crecí con los avances informativos que incluso interrumpían los escasos dibujos animados de la entonces exigua programación infantil. Una explosión en una casa cuartel, un certero disparo en la nuca por unos encapuchados o una bomba en un centro comercial. Tengo grabadas en la memoria las dantescas imágenes de Irene Villa, entonces una adolescente como yo, gravemente herida y tendida en el suelo. Seguí como universitario los ataques y amenazas a periodistas y medios de comunicación, esa bella profesión para la que me formaba y con la que quería ganarme el pan futuro. Pinté mis manos de blanco para gritar “¡basta ya!” por el asesinato de un joven, como yo, Miguel Ángel. No puedo olvidar el momento en que vi caer frente a la pantalla las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001 y aún resuena en mí como un eco el sonido persistente de las sirenas que salía de los televisores de la Redacción aquel negro 11 de marzo de 2004. En mi memoria reciente, París, Bruselas, Londres... Lista a la que sumo ahora los nombres de Barcelona y Cambrils. El terrorismo ha formado parte de mi vida y si digo que no siento temor, miento. Y me molesta, porque mi miedo, además de los muertos, es también su victoria.