Tengan ustedes buenos días

23 dic 2018 / 12:38 H.

Al margen de creencias, o con aquellas que cada uno buenamente tenga, siempre se intentan rescatar en estos días los momentos más gratificantes que se atesoraron en lo más amable de nuestras memorias. Puede a llegar a ser un ejercicio complejo y un tanto forzado, porque muchos ya no somos aquellos niños de ilusiones encendidas, ni los padres jóvenes que quisieron infundir a sus hijos las magias que poco a poco han ido perdiendo, o sencillamente transformando en trucos para la supervivencia. Siempre aparecerán los peros inexorables, a saber: las ausencias de personas queridas de nuestro Belén y Jaén vivientes, alguna oveja u ovejo descarriados, los pastores fulleros con sus zurrones repletos de chucherías amargas, y por supuesto los malevos Herodes de toda la vida. Y a pesar de todas estas conjeturas personales, me he propuesto no mostrarme ácido, corrosivo o similar, entre otras cosas porque no merece la pena, o porque ya me fatiga algún tipo de cansancio interior, a sabiendas, de que no se consiguen indulgencias o aforamientos, por destapar melancolías o alzar opiniones encontradas contra cualquier agente adverso. A estas alturas del año y con estos pelos, uno no está para ver o querer ver las mamandurrias de algunos prójimos. Así pues, intentaré procurarme alguna alquimia para transmutar en melosa tarjeta navideña. No voy a pensar, voto a bríos, ni en el consumismo desatado para consumistas de sólidas nóminas, ni en el buenismo ocasional y barato que pueda adornar nuestras calles, nuestros arbolitos de Navidad o nuestros pesebres. La terapia consistirá en remontarme en el tiempo, por ejemplo, para contemplar a mi padre escuchando villancicos flamencos mientras anotaba los números del sorteo navideño, o a mi madre montando un Belén de figurillas viejas y heredadas, o confeccionando una laboriosa y jaenera ensaladilla rusa, y los extraordinarios roscos fritos picados con aguardiente, en compaña de su buena vecina Adelina. Me veré de niño con algunos amiguetes comiendo polvorones de textura cementosa ante una lumbre y en medio de un olivar, y más tarde, si, un poquito mucho más tarde, con mis hijos buscando cortezas de olivo, musgo, y mocos en las vías del tren, como un esforzado belenista. Ahora procuro pensar, que si no es del todo una solución para el presente, si será una ilusión para mis hijos aún jóvenes y con proyectos, y más aún, para los nietos que tengo y que supongo tendré. Y sin más, desde este púlpito que se me brinda, les deseo tengan todos ustedes unos buenos días. De la felicidad ya se encargará cada uno como pueda.