Tiempo de delirio

16 jun 2020 / 10:51 H.
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Mis muchos años de estrecha relación profesional y afectiva, con el Real Jaén me depararon muchos malos tragos.

Pero yo sólo me quedé siempre con los buenos, con los cargados de ilusiones y no pocas satisfacciones que también se produjeron y, muy especialmente, siempre agradeceré la cantidad de entrañables amigos que el fútbol me dio. Directivos, técnicos, jugadores, árbitros o simples aficionados con los que he mantenido una relación afectiva de muchos años. Precisamente hace muy pocos días me llamaba telefónicamente Ignacio Díaz para darme el pésame por la muerte de mi mujer e interesarse por mi salud. Hay voces que son como un dedo que pulsa el botón de la memoria, y la de mi amigo Ignacio tuvo esa magia. Y empecé a recordar aquella temporada de 1966-67 en la que él llegó al Real Jaén junto a un grupo de jóvenes jugadores pertenecientes al Atlético de Madrid. Ignacio, un jovencísimo interior, con una técnica exquisita, que acababa de ser internacional universitario. Aquella temporada fue una de las que más emociones y delirios ofreció a la afición jiennense, provocados por la llegada a la presidencia del club del mítico y popular Antonio Horna López, quien llenó de entusiasmo con promesas delirantes, unas logradas y otras no. Al inicio de aquella temporada, se inauguró el alumbrado eléctrico en el viejo Estadio de la Victoria, precisamente con un amistoso entre el Atlético de Madrid y el Real Jaén. Se pudo ver en el viejo estadio al Stade Reims y se celebró la primera edición del Trofeo del Olivo, un torneo que resultó atípico y frustrante porque aunque participaron tres grandes equipos como la Roma, el Queen’s Park Rangers y el Málaga, no pudo participar el Real Jaén porque, al tener que disputar un inesperado desempate para el ascenso a Segunda División con el Eibar, las fechas coincidieron.

Aún así, Antoñete, utilizando a los jugadores suplentes que no fueron a Madrid a jugar el desempate y añadiendo a algunos jugadores venidos de equipos comprovincianos y otros, fue capaz de ganar el Trofeo del Olivo. Pero todas estas cosas bonitas que Horna trajo al Real Jaén tenían su precio, y el club blanco no pagaba un duro a nadie. Ni los propios jugadores cobraban su sueldo.

Antonio Horna tuvo que dimitir y se vivieron momentos de angustia a causa de los problemas económicos. Lo importante es que, al final, se logró el ascenso y ese bálsamo calmó muchas heridas. Todo esto no sólo lo vivió mi amigo Ignacio, sino que fue uno de sus destacados protagonistas por su buen hacer en el terreno de juego. Cuando dejó la práctica del fútbol, Ignacio terminó su carrera de Medicina, se casó en la capital del Santo Reino donde creó una entrañable familia y aquí se quedó y aquí continúa feliz, gracias a Dios.

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