Toda la verdad

31 jul 2017 / 11:23 H.

Tiene su aquel que, cuando el pasado viernes les contaba que el jugador Alcalde pidió la dimisión y devolvió el dinero porque era consciente de que no estaba rindiendo a satisfacción, muchos de mis amigos lectores se sorprendieran no de que un jugador dimitiera, sino que lo hiciera siendo “alcalde”. Y no les falta razón. Esa breva no va a caer. Ni Mariano Rajoy va a dimitir por muy serio y dramático que se ponga Pedro Sánchez para pedírselo. El testimonio de Rajoy ante el Tribunal ha dejado poca esencia. Supo capear el temporal y salió ileso de lo que la oposición suponía una encerrona. Ya saben que Rajoy se dedica a la política y no a la contabilidad. Así que no le pregunten por las cuentas.

Yo mismo soy una persona que nunca me he dedicado a las cuentas. Siempre me tiró más lo de las letras y los garabatos. Los números nunca han sido para mí Aún así, recuerdo que hace muchos años, en 1989, se organizó un homenaje a beneficio de David Ordóñez, el joven jugador formado en la cantera blanca y que, cuando empezaba a destacar con fuerza en el primer equipo, sufrió un grave accidente que le obligó a abandonar la práctica del fútbol. La directiva del Real Jaén me pidió que formara parte de la comisión organizadora y, aunque a mí nunca me ha gustado destacar demasiado, la amistad que me unía a David, a su padre y a su hermano Alfonso, me convenció para aceptar. Tuvimos varias reuniones. Fui yo el encargado de confeccionar gratis el cartel anunciador del encuentro en el que se enfrentaron el Atlético de Madrid y el Sevilla, en el viejo Estadio de la Victoria, el 19 de marzo de ese año.

Pero sucedió que, días antes del encuentro, se repartieron los tacos de las localidades entre los miembros de la comisión para que éstos las hicieran llegar a los puntos de venta. Pues a los pocos días, llegó uno de estos comisionados diciendo que se le había perdido un taco de entradas. No viene el nombre a colación porque ya falleció. Los de la comisión no sabían qué hacer ni que decir pero, precisamente, a mí me habían confiado la tesorería –lo que menos me gustaba- y yo sí tuve que tomar una decisión y era que cada quien debía hacer frente a la responsabilidad que había contraído. Fue una decisión dura, pero se trataba de que yo, a la hora de hacer las cuentas, tuviera las entradas o el dinero. No pasaron muchas horas y el taco dichoso apareció.