Tortuoso camino íbero

04 feb 2019 / 16:35 H.

La Historia del Museo Íbero en Jaén, decididamente, es una historia desafortunada. Incluso en el hipotético caso de que dentro de un par de años sus instalaciones alberguen y exhiban la rica y espléndida reconstrucción de nuestro pasado ibérico, nada borrará del recuerdo de la gente el largo y tortuoso camino recorrido hasta llegar a esa meta. Pocas veces un equipamiento cultural ha sido tan demandado en la calle, tan difundido por los medios de comunicación, tan argumentado y discutido. Cada vez que Jaén afronta un proyecto singular —y el Museo de Arte Ibero lo es— sorprendemos al mundo. Con posiciones que no pasan de ser ocurrencias desde algunos ámbitos del poder. Primero, se debatió si emplazarlo en la vieja cárcel. Luego, si era mejor demoler por completo el edificio penitenciario (refugio de tantas desgraciadas historias de represión, enfermedad y muerte), o mantenerlo como recuerdo de un período nefasto de nuestra historia. Podría escribirse un libro acerca de las fintas y piruetas con que la administración del Estado, concretamente el Ministerio de Hacienda, deslumbró al personal, con tal de no ceder el viejo solar en su integridad para que la Junta de Andalucía levantase el edificio emblemático acorde con la dimensión y calidad icónica de nuestras esculturas, ajuares y elementos funerarios. Fue aquí donde el inolvidable paisano Cristóbal Montoro (Cambil, 1950) se cubrió de gloria, haciendo ademanes de rechazo. Exhibía la sonrisa etrusca y enigmática ante cada interpelación parlamentaria, o ante las incisivas preguntas de los periodistas. Y a marear la perdiz hasta el infinito. Bien está lo que bien acaba, dice el dicho. La providencial y necesaria aparición de la Asociación Amigos de los Iberos impulsó, y hasta obligó a que las administraciones enfrentadas (la Junta socialista y el Gobierno de Aznar) llegaran a entenderse. Un acuerdo de mínimos dio paso a la demolición del recinto carcelario primero, al levantamiento de unos cubos prometedores más tarde. Veinte años se fueron en dimes y diretes, en excusas presupuestarias, acuerdos dilatados e incumplimientos de plazos que quedarán para la historia como símbolos de la desidia y el desinterés por parte de todos, tirios y troyanos. Tras la solemnísima inauguración a cargo de Felipe VI, todo hacía indicar que se abría un camino de rosas. Lo inicialmente expuesto no hacía justicia a las expectativas levantadas, pero se fijaba un horizonte temporal que, de nuevo, se enredó en la burocracia, la convocatorias de concurso museográfico a nivel europeo, la conveniencia —o no— de que las modernas instalaciones se conviertan en Museo Nacional de Arte Íbero, y un largo etcétera, al que se añade la sempiterna dificultad en que los fondos destinados a finalizar las el continente y a musealizar el contenido lleguen en tiempo y forma. ¿Por qué tanta complicación? ¿Qué ha hecho Jaén para merecer tanto correveidile estéril y angustioso? Pilar Palazón, la presidenta de la tribu ibérica reivindicadora, no ha podido ser más paciente, constante y diplomática. Pero héte aquí que cuando las posturas de Sevilla y Madrid parecían acercarse, llega el 2 de diciembre, el vuelco en la Junta, y la sonrisa se vuelve arcaica, hierática. Porque no habrá Museo terminado, decentemente dispuesto, sin el acuerdo entre las dos administraciones, ya que el 29% de los fondos que albergará pertenecen al Estado central, y el 71% a la Junta. Y les guste o no, la nueva Consejera de Cultura, Patricia del Pozo, y el Ministro del ramo, José Guirao, habrán de conversar, transigir y acordar si queremos que al cabo de un cuarto de siglo finalicen, de una puñetera (o santa) vez las curvas en el camino, las argucias leguleyas. Porque está en juego mucho más que los 32 millones de dinero público invertidos o a punto de invertir. Anda de por medio la imagen de un estado moderno, de la autonomía andaluza, y de la propia ciudad de Jaén. Esta última, ya suficientemente lastrada por la incomprensible trayectoria del tranvía de marras. Pero esa es... otra historia. Para no dormir.