Tradición y contradicción

26 abr 2017 / 11:48 H.

Aunque acabe por aceptar que la Semana Santa sea expresión tradicional asimilable al folclore compartido, con todo lo que de bueno tiene, pues la religiosidad es sentimiento perteneciente más al ámbito de la intimidad individual, siempre me deja esta semana ese regusto a contradicción al envolver el mensaje cristiano en tan rica parafernalia procesional. Dispersa la devoción entre el gentío que abarrota esquinas y calles, que para sí lo quisieran las iglesias en fiestas de guardar, y sumido en mi silencio con efluvios de incienso y con temblores de tambor en las entrañas, pienso y no consigo dar con la clave que hace tan populosa esta tradición. Dejando aparte el espectáculo de evidente vistosidad que puede constituir el principal atractivo que viene buscando el turista, pues para el autóctono la escasa novedad lo descarta, considero que no hay una sola causa sino que confluyen varias. Para algunos, será la manifestación de su religiosidad circunscrita a una semana o a un día; para otros, el momento álgido de su fervor patente en duras penitencias autoimpuestas, para muchos, el orgullo cofrade no exento de rivalidad por mostrar las mejoras de sus pasos en el ornato, en la esforzada conjunción de sus costaleros o en los nuevos compases de sus tambores y preciosismos de sus cornetas, para todos el disfrute de sustituir la calle como sitio de tránsito por platea de una representación consabida y lugar para el encuentro. Pero sobre todo creo que ninguna otra época del año ofrece la posibilidad de un protagonismo colectivo tan grande como la Semana Santa.

Con cielos de nítido azul, a pesar de estar en el mes de las aguas mil, como si el cielo cumpliera en respuesta a tantas plegarias por salvar esa semana de una lluvia más que necesaria, y con temperaturas más veraniegas que primaverales, media ciudad se siente protagonista invisible en su indumentaria impecable de penitente al paso marcial que marca el bombo, tal vez acompañado del hijo de la mano con igual atuendo aunque a cara descubierta, mamando tradición, mientras la otra media contempla en respetuoso silencio el desfile, para al día siguiente permutar papeles. Y así per sécula.