Trump en el eje del mal

08 jun 2017 / 11:58 H.

No vamos a negarlo: Donald Trump está de moda, y no precisamente por llamarse como el pato. De caricatura fácil para la parodia, antipático y políticamente incorrecto, clown y ególatra, esta cultura neoliberal demanda este tipo de personajes mitad bufones y mitad esperpentos. Quiero recordar ahora a Berlusconi, que representaba algo así de este estilo triunfador, descarado, aunque menos puritano. En la imitación, no obstante, como en la crítica, salimos todos perdiendo. Dura realidad. Quizás habría que compararlo más con el tío Gilito que con otra cosa. Lo cierto es que estamos aburridos de las noticias sobre el presidente de EE UU, pero al mismo tiempo contemplamos horrorizados cómo todo lo que nos llega un día tras otro sobrepasa con estupor la irracionalidad y ridiculez de lo anterior. En este circo —donde las vueltas de tuerca hacia lo absurdo se superan— de payasadas y excentricidades en que se ha convertido su política internacional, después de las noticias sobre el presidente vienen las de la presidente (o de la hija del presidente), que hoy estrena zapatos, que ayer lució vestido de tal o cual marca, modelo, o simplemente no le dio la mano en un desfile oficial. La presidenta conoce el protocolo, y no quiere saltárselo, mientras que el presidente es un rebelde sin causa que luce un sutil flequillo a modo de visera, recién salido de la peluquería. Sus ventas de armas, su belicismo, su peligroso nacionalismo arancelario y migratorio, y, sobre todo, su postura de no apoyar el Acuerdo de París y dar la espalda a las medidas contra el cambio climático no son ninguna pose, sino un acto efectivo y decisivo de lo que nos espera. El movimiento ecologista sin duda que ahora tendrá otra razón para pelear, aunque —lamentablemente—de nada sirva. De nuevo podemos observar cómo los poderosos se alinean en el eje del mal contra lo que verdaderamente importa. Y preocupa. Esto no es ninguna broma y asistimos incrédulamente a otro golpe bajo. La gente ostenta en sus manos la legitimación de cualquier proceso de destrucción y agotamiento de los recursos del planeta, sin tener que dar ninguna cuenta de sus acciones. No me refiero, claro, a la conciencia, esa entelequia que Freud situó con razón en el sótano del edificio de nuestra personalidad, sino a lo que Hannah Arendt acuñó como “banalización del mal” para explicar el mal que se ha instalado en nuestro mundo con total impunidad, a escala nunca vista antes, normalizada por todos. No creo que esté de más aplicar este término ahora, pues asistimos a lo mismo, pero vuelto de otro modo. Por eso la sociedad del espectáculo no se sacia, y por eso los estadounidenses votaron a este señor, que viene como anillo al dedo a la demanda de bilis, venenos y alcantarillas. Desgraciadamente en todos los países del mundo hay oportunistas de este cariz aguardando el descontento popular para erigirse en salvadores de la patria, entre las charlatanerías de los predicadores y los crecepelos mágicos, entre los especuladores inmobiliarios y los modelos de hacerse rico pisoteando a todo aquel que se interponga en el camino. La telebasura hace el resto. Todo sea por amasar más poder, ya de manera obscena, sin control ni pudor, en un ascenso imparable hacia el vacío, en un crepúsculo que nunca acaba. El eje del mal está actuando con cara de tío Gilito, nadando entre monedas de oro.