Un comino

11 feb 2019 / 08:45 H.

Dijo alguien —y dijo bien— que los dictadores suelen asegurar que ellos piensan para el pueblo, pero no dejan al pueblo pensar. Es verdad que no todos los dictadores son iguales. Todos siembran la desigualdad, la penuria y maldad. Pero es posible que existan algunas diferencias en el grado con que ejercen todas esas maldades. Lo que llama la atención es que a estas alturas todavía haya sitio en el mundo para los dictadores. Y debe existir demasiado sitio porque dictadores hay un montón. En la más estricta y seria democracia, si se mira con atención, puede apreciarse fácilmente que cada partido político es una pequeña dictadura que tiene una disciplina de partido que todos los afiliados deben respetar. No vale discrepar. En nuestro país ya tenemos bastante jaleo y malestar a causa de los demócratas. Tenemos un presidente a plaza fijo, con un contrato temporal que él quiere convertir en indefinido caiga quien caiga. Ya tenemos en qué pensar sin necesidad de tener que dedicar el tiempo a los problemas de otros países. Pero es que cuesta trabajo hacerse el indiferente con gobernantes como Maduro. Saber que miles de venezolanos sufren por falta de alimentos, de medicinas, duele a cualquier mortal que tenga un poco de sensibilidad. Esto duele y que a Nicolás Maduro los sufrimientos de su pueblo le importen un comino, enerva al más paciente. Un dictador orgulloso que sólo busca el enriquecimiento propio, de su familia y de sus adoradores, que tiene sumida en la miseria a gran parte de su país y que su altivez no permita ni tan siquiera la ayuda internacional, no merece seguir gobernando ni una comunidad de vecinos. Es posible que el rechazo de docenas de gobiernos de todo el mundo le doblegue y se marche, dejando que Juan Guaidó, el proclamado y refrendado presidente provisional, pueda convocar unas elecciones libres, sin trampas. Es más, también es posible que cuando esta “brisa” salga a la luz pública ya se haya producido el relevo democráticamente, sin uso de la fuerza ni de las armas. Un hombre como Maduro, que se permitió decir en público que “ni Jesucristo que resucitara podía con él” bien merece una lección que le haga ver sus desatinos, sus abusos, y castigue su soberbia. Aunque estoy seguro que, con las arcas bien repletas a él, en el fondo, todo le va a importar un comino. El pueblo venezolano, que ya cuenta con la solidaridad mundial, se merece un gobierno con justicia.