Un cuadro en el que destacan la luz y el sol

18 ene 2017 / 11:43 H.

Al pueblo por el que hoy transcurre mi paseo semanal de tinta y papel quisieron cambiarle el nombre hace unos 30 años. Hablo de la localidad serrana de Torres de Albanchez. El entonces alcalde propuso en un bando municipal, del que conservo un ejemplar como oro en paño, cambiar el nombre al pueblo. La única y esperpéntica razón, expuesta con toda claridad en dicho bando, era que, dado que tantas sílabas como tenía el nombre de la localidad sobrepasaban el número de los casilleros a rellenar en documentos oficiales. Proponía como alternativa que el viejo nombre fuera sustituido por el de “Tochez”. Y menos mal que, dado que la absurda idea surgió en agosto, en plena sequía informativa, la noticia se difundió a escala nacional, una vez que la dieron dos agencias informativas, que, por cierto, ni se preocuparon de contrastar la fuente, una crónica publicada en un periódico local, repitiendo incluso la errata del texto de marras. La errata o trampa deliberada estaba en el párrafo que decía, equivocadamente, que en la localidad vivían 20.000 personas, cuando solo eran 2000. La difusión mediática del esperpéntico bando, cuyo texto bien merece ser incluido en las “Greguerías” de Gómez de la Serna, hizo que el alcalde, una buena persona, profesor en el colegio público, echara marcha atrás y se retirara de su incursión en las pantanosas zonas de la política, aunque creo que todo el mundo tiene derecho a un minuto de gloria en su vida.

Y si me he extendido en tal anécdota es solo porque este pueblo enclavado en la Sierra de Segura, siempre llevó a gala su pasado noble, algo que se huele en el alma de sus gentes; y más, si nos ponemos a comparar el alma sencilla de los vecinos de Génave con ese tufo señorial que aún se desprende en Torres de Albanchez. Si bien cada uno de estos dos pueblos miran para un lado distinto en el mapa, no dejan de ser vecinos que siempre litigaron por sus tierras linderas, allá arriba, en el Collado de los Yesos, en donde están los costurones que marcan la vieja historia de estos pueblos de los que, en una época concreta, se decía: “Villarrodrigo, Cotillas, Génave y Torres, los pueblos por los que el hambre corre”. Eran los tiempos en los que sus gentes y tierras formaban parte de la Encomienda eclesiástica de Villarrodrigo, aunque dependientes de su municipio matriz, Segura de la Sierra, desde que la conquistara Rodrigo Manrique, el padre del afamado poeta Jorge Manrique, quien, a sangre y cuchillo, destruyó la vieja fortaleza de “La Yedra” y las regaló a la Orden de Santiago para que repoblaran y sacralizaran las tierras en donde hoy se asienta esta población serrana que logró emanciparse de Segura de la Sierra en el año 1552.

Cuando el viajero se adentra en la carretera que lleva de La Puerta a Siles, queda sorprendido por la blanca silueta que marca este pueblo, desperezado en la ladera de unas montañas que se alzan a la izquierda y que se deslizan hasta el valle del Guadalimar. Siempre he creído que la Naturaleza ha regalado a cada pueblo con algún detalle caprichoso. A Torres de Albanchez le regaló muchas horas de sol y de luz. Es el pueblo más soleado de la comarca. De ahí que a sus vecinos les llamen “lagartos” en los pueblos de alrededor y que el viejo refranero se refiera a él con este dicho: “En Torres, más lagartos que hombres”.

Pocos vestigios de su pasado glorioso quedan ya; pocos, pero importantes, comenzando con una mirada hacia las cumbres de la sierra del Picazo en donde aún permanecen restos del viejo emplazamiento defensivo. Y es que, remedando un texto bíblico, “Si callan estos, hablarán las piedras”. Después, durante el paseo por el pueblo, la mirada se detiene en tres edificios: la “Torre del Homenaje”, que, hincada en el corazón del pueblo, se alza como un grito que reivindica la memoria y recuerda, con su sólido y altivo trazado arquitectónico, la fuerza y energía que, durante siglos, lo mantuvo en pie. Otros dos edificios rubrican, como un timbre que marca las añadas de su solera, esa solidez que, tanto la Iglesia como la Nobleza, dieron a este pueblo en el pasado. Por un lado, el templo parroquial de la Presentación, afeado por esa torre moderna, pero que guarda en su interior, pese a las muchas y necesarias remodelaciones posteriores, huellas de su belleza original. Por otro lado, la “Casa del Mayorazgo”, en la plaza de San Clemente, símbolo y huella del peso que la nobleza tuvo sobre este lugar.

Si hay algo que pueda ayudar para que los torreños no dejen de soñar y dibujar su futuro; algo que detenga el flujo migratorio de sus jóvenes y el paulatino envejecimiento de la población, no es solo su riqueza olivarera, o solo su escasa riqueza forestal; tampoco confiarse en los cantos de sirena del turismo rural. Su futuro solo puede dibujarse desde una mirada más amplia, una mirada que abarque a toda la comarca. Torres de Albanchez, como el resto de pueblos de la Sierra de Segura, solo verán claro su futuro aunados, mancomunados y coordinados, haciendo fuerza y no enmudeciendo. El futuro de estos pueblos solo depende de un coordinado, serio y contundente trabajo que ponga en valor las muchas y variadas riquezas que guardan en sus entrañas.