Un mar de pensionistas

19 mar 2018 / 09:13 H.

Hoy 19 de marzo, día del padre, de los artesanos, del carpintero San José, de las fallas valencianas, de los Pepes y las Pepas... día de los Andaluces de Jaén, de la fiesta en Ifeja, de banderas e himnos, de regocijos varios, de coros y danzas, de muestras gastronómicas, de primeras romerías primaverales y mil celebraciones más, quiero poner el foco sobre una de las realidades más palmarias de nuestra tierra. Este mar de olivos creciente, monopolista del paisaje y creador de riqueza, se va convirtiendo despacio, pasito a pasito, en una tierra de pensionistas. Con lo bueno y con lo malo que esto significa.

Ni me molesto en buscar las cifras, así me ahorro el bochorno de comprobar cómo a lo largo de la etapa democrática, junto las mejoras en infraestructuras, servicios sociales, sanitarios y educativos, junto a la promoción de las mujeres hacia puestos decisorios, lo más llamativo de nuestro panorama social es el envejecimiento de la población, fruto de una penosa evidencia: la emigración forzada de nuestros jóvenes, de la mano de obra más cualificada, del talento y de la energía reproductora. Todo junto, como un paquete cuyo envoltorio no conseguimos rasgar.

Año tras año, de manera casi imperceptible, nuestro poético mar de olivos se viene transformando en un mar de jubilados. Desciende la población global, baja el número de nacimientos, nuestros pueblos cada vez escuchan menos el barullo de la chiquillería. Jaén se está convirtiendo en la tierra de esos abuelos entrañables que cada verano blanquean sus casas y reponen los colchones esperando a los hijos y a los nietos que llegan desde Madrid, Santa Coloma de Gramanet, o Azagra. Desde lejos en cualquier caso. También desde Toulouse, Amsterdam o Hamburgo. La diáspora jiennense del último medio siglo ha esparcido la memoria del aceite, de las eras y los ejidos de Jaén por medio mundo. Ha vaciado hermosos territorios, donde ahora reina la tristeza esperando al visitante. También al turista. Nuestras incomparables sierras (Sur, Mágina, Segura, Cazorla...) merecen el apelativo de Paraíso Interior, con estricta justicia. Pero quienes nacieron serranos ahora se buscan las habichuelas a cientos, miles de kilómetros.

Y en el solar de Jaén se quedan, nos quedamos, fundamentalmente, quienes tenemos una paga asegurada cada mes, por haber abonado las cuotas a la seguridad social durante cuatro décadas de trabajo. Para ese amplio colectivo de mayores de 65 años Jaén es una tierra de ensueño, donde envejecer dulcemente; con aire puro, rodeados por millones de árboles, compartiendo un vecindario amable y dicharachero, paseos interminables y conversaciones fluidas entre calles y plazas. Al fresco o al solano, según se tercie.

Pero toda esa calma chicha, la plácida existencia de un tercio largo de quienes compartimos Jaén, se ha visto alterada, y de qué modo, al dispararse las alarmas sobre el futuro de las pensiones. La inquietud, el desasosiego, la incertidumbre se ciernen en este lluvioso, magnífico invierno de 2018, sobre las gentes de la provincia. Porque la puesta en cuestión del sagrado sistema de protección social quita el sueño no solamente a ese tercio largo de jubilados, sino también a sus hijos y a sus nietos que recurren a los padres o los abuelos para el pago de recibos de la luz a los que no llegan, del seguro del coche, del piso del universitario, de tantos y tantos boquetes en la economía doméstica. Jaén es ahora un mar agitado. Por lo incierto del futuro, claro está. Contra la inconsciencia y la estupidez de algunos gobernantes, también. Las recetas de doña Celia (guardas dos euros al mes... y chachipiruli), don Guindos, don Linde y doña Fátima parecen fabricadas por quienes buscan el hundimiento del PP a toda costa. El autor de la tristemente famosa carta del 0’25 debe militar en las filas de los antisistema. Por lo menos, en la CUP. Digo yo.

En enero de 2013 un ministro japonés, Taro Aso, lanzó la frase definitiva: “el deber de todo jubilado es morirse cuanto antes”. Se la recomiendo a don Mariano y sus mariachis para la carta que nos escribirán en enero de 2019... No hay de qué.