Un poco de normalidad

12 abr 2018 / 09:07 H.

Hacía falta un poco de normalidad. Me refiero entre otras cosas a España. Y lo que sucede en Cataluña rompe esa normalidad. Por eso hay tanta gente allí y aquí que quiere seguir siendo normal, sin sacar los pies del tiesto. Quiero decir un poco de tranquilidad en el día a día, en las comparaciones, que no siempre son odiosas, y en los estereotipos: Tópicos, clichés... A España quizás le hizo falta ganar el Mundial para conseguirlo. Pero para esta sociedad nuestra que nos acoge sin cariño, lo cierto es que antes se contaban chistes de mariquitas, o machistas, o qué sé yo, y nos reíamos, mientras que ahora no estamos dispuestos a consentirlos. O sea, también los estereotipos cambian.

Ha habido un cúmulo de circunstancias, situaciones y readaptaciones que sumieron a la gente en la tan ansiada normalidad, europeos en un país sin fractura, neoliberales y deslegitimadores de las políticas sociales, públicas, y sus instituciones. En esta deriva hacia el sinsentido, ser normal, desgraciadamente, se ha convertido en ser vulgar, y vulgar, como bien se sabe, viene de vulgo, es decir pueblo. El muy escurridizo concepto de normalidad se ajusta por abajo sin excepciones. En una España anormal como la franquista, las excepciones sobresalían brillando; en una España normal como la nuestra, las excepciones son defectos del sistema. La corrupción era la anormalidad; la corrupción es la normalidad. Y así sucesivamente, como en el arte: De la democracia a la banalidad ha habido un pasito, cajón de sastre donde todo vale. La herida del artista contemporáneo con la sociedad implicaba un riesgo inherente, pero aseguraba convertirse en un baluarte o reducto frente al consumismo y la mercantilización. Ahora, asumido “El arte industrial” –recordemos La educación sentimental, de Flaubert– ¿cuál es el resquicio de genial locura que debe impregnar las estructuras de poder y la moralidad imperante, para que se agiten las conciencias, vía respuesta colectiva? La normalidad ha significado la asunción de una suerte de generalidades y resúmenes, esencializaciones de realidades espinosas, que ahora encaramos con mirada renovadora. Todo cambia. La lectura política entronca con el relato de la actualidad, los vientos del dejar hacer y dejar pasar, la no intervención y la indolencia, el individualismo irresponsable y la telebasura. Y la gente sobrevive, cómo no, con su granito de humor, y lo más importante, la ironía.

Para afrontar estos tiempos insidiosos, agrios y antipáticos, con un poco de ironía supurará la herida de nuestra aurea mediocritas. Nada más eficaz. Decía Karl Marx en alguna parte, creo que en el prólogo a la Contribución a la crítica de la economía política, que la comedia es el género más difícil de todos, porque extrae las claves de una ideología determinada, poniéndolas del revés, para reírse de ella. Añadía el filósofo alemán que “no es la conciencia de los hombres lo que determina su ser, sino, por el contrario, es su existencia social lo que determina su conciencia”. Así que si no quieres caldo, toma dos tazas, porque “la historia se repite primero como tragedia y después como comedia”. Un poco de normalidad necesita un poco de distancia, con lo que después de llorar, nos reímos, no por imposición sino por necesidad, y eso, tal y como están las cosas, es cada vez más importante: Un lujo para la gente sencilla.