Un pueblo unido en el dolor

09 ene 2019 / 11:32 H.

Dos jóvenes de Torres de Albanchez muertos en trágico accidente de tráfico en Nochebuena, decía el periódico local; dos más que añadir en las noticias generales sobre víctimas mortales en las carreteras en el periodo navideño. Eso que se lee o se escucha y te resbala, dejando si acaso un amago de lástima cuando no te afecta, fue uno de los momentos de mayor dolor compartido que yo haya vivido. Debería haber sido un día normal de diciembre, un día de resaca y vuelta al tajo aceitunero tras la Navidad en el pueblo, con sus calles solitarias y el humo de las chimeneas como única señal de que no está desierto; en la plaza debería haber solo los cuatro mayores de siempre combatiendo el frío en un hostigo soleado para combatir el aburrimiento, y algún niño estrenando juguetes y disfrutando de un día sin cole. Debería. Pero no, las calles eran un rosario interminable de coches y un hormigueo continuo de personas con paso apresurado hacia la iglesia. Nadie hablaba, nadie iba por cumplir. Iba, dejando cualquier faena por urgente que fuera, porque había que estar. Por dolor. Y en la plaza, abarrotada de gente como en días de procesión, los viejos de siempre se confundían en un mar de rostros compungidos y llorosos a los que todavía les costaba asumir el suceso. No oí las campanas, pero me las imaginé tocando lúgubres como martillazos en el alma de los congregados para decir el último adiós a José Vicente y a Senén. La iglesia se había quedado pequeña, cuerpos apretujados en bancos y pasillos, y en el presbiterio un ramillete de jóvenes echando en falta a los dos amigos. Los murmullos cesaron y la plaza se partió en dos para recibir la comitiva fúnebre. Pañuelos para enjugar lágrimas, caras que reflejaban el dolor de unos padres sujetándose abrazados para no acabar de romperse ante el terrible trauma de pasar por la muerte de un hijo. Un estallido de pena y de rabia contenida de todo un pueblo unido en la desgracia como nunca en la dicha. Tal vez porque la primera nos equipara. Y otra tristeza me embarga, la de considerar, como decía Pérez Galdós, que sólo la desgracia hace a los hombres hermanos.