Una casa, una cama, una letrina

21 ago 2016 / 13:00 H.

Cada casa de Jaén de Filipinas es un cántico soñado, cual techo que para sus moradores asemeja un verdadero palacio que ahuyenta la canícula asiática o los monzones que nunca van de paso y crían moho hasta en los plásticos. Una casa cuadrada y de bloques, con entrada modesta y un sencillo banco de varias plazas con las que jalear la charla, una única cama de barrotes de madera y sin colchón y al lado una letrina, con su cortina para mantener la intimidad mínima de una familia que vive de sol a sol en la puerta, en la calle, hace de comer en una cocinica chiquitica y a fuego de leña y tiene un almanaque con una Virgen o al Sagrado Corazón de Jesús en relieve para suplicarle un día más, para agradecerle una comanda menos. Nuestra Jaén filipina bulle y sonríe, ya les digo, como ya quisiéramos nosotros sobrevivir entre tanto lamento fatuo con el que nos acongojamos. No es excusa ni vale la pena comparar, solo es realidad misma lo puñetero que se hace el ejercicio de lavar la ropa en cuclillas, como ilustra la fotografía, acompañado de lo trabajoso de arrancar agua clara e imbebible de las entrañas de la tierra. No hay opción a la duda, ni tiempo eterno de ocio delante del televisor y un programa vomitivo, verbigracia, como aquí “Mujeres, hombres y viceversa”, que allá, la rutina es agradable monotonía, que lo que hay que hacer se hace, sin más monsergas que lo hecho, hecho queda y a otra cosa, simple, pero necesaria, elemental comer y descansar, diario el lavar y lavarse sin cuarto de baño, mas por encima de todo buscar sustento en los campos de arroz, aventado y secado luego en carreteras y caminos, que Jaén es la despensa arrocera de Filipinas, de igual forma que aquí somos la incauta aceitera a la que poco le luce el título. Resulta que llueve por meses y achicharra el sol el otro semestre, lo cual ahorma vidas y haciendas y hace livianos los adornos, que una tormenta con mala uva, de habitual presente presentísimo, te deja sin techo ni paredes en un santiamén. No tienes mucho, que no da de sí la vida, no debes tenerlo, que te puedes quedar con menos. Adentrarse en esas casas llenas de hospitalidad de los jaenians filipinos supone un aldabonazo de conciencia, cómo de precaria es la vida para algunos, cómo de innecesaria nuestra apostura. Modestia en lo tangible, un plato de arroz que sabe a gloria, esplendor en lo intangible que hace grande la condición humana, una sabrosa sonrisa, un apretón de manos que llega al alma.