Una humildad ganadora

24 mar 2018 / 11:19 H.

La épica deportiva al servicio de una provincia con causa. De nuevo, ese fútbol de salón, de toque virguero y eléctrico hizo magia con el cronómetro para pararlo y escribir otra página brillante de un club modesto por convicción. Una cita noble a la que el Jaén Paraíso Interior llegó con una hinchada festiva que tenía premio solo con la entrada a una Copa de España que ya puso en el mapa al equipo y que le permitió brindar una segunda vez. El poderoso Movistar, en este caso, fue el medio, para un mensaje breve e intenso: Se puede. Cuota televisiva de primer nivel para la marea amarilla, minutos de oro para los jiennenses y el periodista deportivo Ramón Pizarro narrando el triunfo coral, contra todo pronóstico, de un equipo aguerrido de principio a fin. Un club sin ínfulas, sin vanidad, acostumbrado a cuestas y precariedades, pero con derecho a soñar. Debe forjar el carácter entrenar en una Salobreja vetusta y aquejada de aluminosis. Pero una cosa es la pista de la realidad, con sus goteras, y otra las metas que ayudan a hacer trampas al presente. Cada temporada se hilvana un equipo que mezcla sabor picual con salsa internacional e ilustres veteranos, para que un “chino” de Albacete remate contra la lujosa portería del rico, mientras miles de jiennenses se desgañitan frente a la pantalla. Una “tormenta” perfecta. Este club tiene un plan y se podrían establecer unos cuantos paralelismos para tomarles como ejemplo, hoy que vuelven a brillar y cuando no haya más rondas de copas, porque es meritorio el mero hecho de codearse con la élite. Disciplina, táctica y valentía para arriesgar y dar un salto de calidad más de la mano de un engranaje que el entrenador Daniel Rodríguez; el director deportivo, Nicolás Sabariego, y el presidente, Germán Aguayo, han engrasado a la perfección. Una apuesta patrocinadora que no tiene precio ni en imagen ni en emoción.

Esta semana, el balón rueda y me dicta cosas. Por culpa de Fiebre Maldini, los futboleros viajamos en el tiempo para recordar aquel lejano España-Malta (12-1) y lo hicimos con la versión “psicodélica” de unos malteses que quedaron muy tocados. Para los “millennials” y recién llegados, aclarar que aquel partido tenía, en principio, poco fuste. Pero el calendario y los altibajos de la selección hicieron que para sacar billete para la Eurocopa del 84 fuera necesario ganar por once goles de diferencia. Era una España en la que primaba aún el pundonor y la testosterona cuando el toque no daba para más. Eran otros tiempos, y para mí el Renault 6 de mi padre era un prodigio tecnológico con su palanca de cambios estilo revólver. Nuestro fútbol estaba en su transición particular, pero fue un episodio brillante que enajenó al país durante un tiempo. Aún retumba en nuestras cabezas el gallo cósmico de ese locutor pausado que era José Ángel de la Casa al narrar el último gol, cuando nos encomendamos a Señor. Aquella historia casi acaba, meses después, con un “happy end” de película: España quedó subcampeona ante Francia. Con aquel maldito balón de Platini que se escurrió lentamente por el sobaco de Arconada. Otra vez la soledad del portero y la crueldad de sus fallos, un arquero gatuno que hizo una competición brillantísima, con papel principal ante Alemania, Dinamarca... quedó tocado con aquel error, que hoy sería carne de “meme”. Pues bien, el revisionismo histórico, es un decir, de unos cuantos malteses sostiene que nuestros jugadores estaban dopados hasta las trancas. La supuesta espuma blanca que veían en nuestros jugadores, quizá solo fuera hambre balompédica, pero ellos lo achacan a unos anabolizantes que los hicieron correr como galgos. El misterioso hombre bajito de bata blanca, que repartió limones a los jugadores malteses, requiere un expediente x al margen. Como tantas cosas inexplicables, hubo una conjunción de talento, energía positiva y necesidad. Un equipo, una provincia, un país motivado mejora y no hacen falta ni limones.