Una llama perenne

24 abr 2018 / 09:20 H.

El fue siempre una brillante llama de alegría, un reconfortante fuego de amor y de amistad, una antorcha que alumbraba las tertulias más entrañables. Por si estas frases que me brotan del corazón no fuesen suficientes, él también empuñó con su mano entusiasta y diligente el candil que daba nombre a la revista de la Peña Flamenca de Jaén, a la que estuvo ligado durante muchos años, incluso ejerciendo cargos que le exigieron muchas horas de entrega. Parecía que él, Leovigildo Aguilar Burgos, no sentía ambición por nada que no fuese compartir sonrisas con su familia y sus amigos. Nadie sabe el dolor que me está costando el poder hilvanar esta brisa de hoy, en la que les hablo de la muerte de mi amigo Leo. Por más que les repito que a mi edad ya debe uno tener más familiaridad con la muerte, jamás se está preparado para recibir la noticia de la pérdida de uno de mis mejores amigos.

Nos conocimos hace muchos años en Diario JAÉN. Leo era un excelente linotipista y una persona querida por todos los que allí trabajábamos, los de arriba y los de abajo, los de redacción y los de talleres. Para él, echar un cubata con sus compañeros, una vez que el periódico ya estaba en máquinas, era como una religión. Le encantaban las tertulias, hablar de flamenco, de arte y de la vida. Era abierto a la amistad y a las sonrisas, y era también comedido y generoso. Muchas noches, tras terminar su trabajo, se citaba con Paqui, su esposa, y su ya desaparecido amigo Fernando Cano, también con su esposa, para marcarse unos boleros o unos pasodobles en cualquier discoteca de la ciudad. El destino quebró todo el guion de su vida. Una enfermedad le dejó sujeto a un sillón durante varios años. Una cruel enfermedad que le permitía ver la vida a su alrededor sin poder participar de ella. Una enfermedad que le arrebató la movilidad y la palabra pero que no fue capaz de quitarle su sonrisa mientras contemplaba que sus nietos iban creciendo. Mi amigo Leo falleció el pasado día 19. Era bastante más joven que yo aunque eso nunca puso barreras a nuestra fraternal amistad. Ahora, quiero buscar consuelo hurgando entre los recuerdos de tantas tertulias como compartimos en las que sólo había risas. Pero es muy doloroso, tanto que aún no he tenido fuerza para llamar a Paqui, la que fue su esposa, para darle mi pésame más sincero y decirle completamente convencido que la llama de Leo seguirá alumbrando nuestra vida.