V de váter

05 feb 2018 / 10:31 H.

Los rituales con sencillo valor estético capaces de conectar con nuestros arquetipos más atávicos tienen muchas posibilidades de soportar el paso del tiempo. Año tras año, como parte del inconsciente colectivo van apareciendo: en diciembre la misa del Gallo, en enero las hogueras de San Antón donde Jaén se deshace de lo viejo, y en febrero vuelve el carnaval que pasea su creatividad tras haber resistido el paso y el peso de oscuras épocas de penitente prohibición.

Los etnólogos sitúan el nacimiento de la máscara en el momento en que se produce la autoconciencia. Ya las usaban los griegos en las fiestas religiosas y en las representaciones escénicas. En el carnaval te desprendes de la máscara que normalmente usas delante del mundo y te pones la dionisiaca con la que te muestras desnudo, tal como eres. Eso dicen. Yo nunca he participado de esa pasión. Sin embargo soy capaz de entender el gozo y la liberación que puede producir dar la murga rozando la vulgaridad, la inconveniencia o incluso la legalidad, tal como solo puede hacerse en el ámbito más privado o de forma virtual tras la protección de una pantalla o un avatar. Porque ahora, en los tiempos de la comunicación global a través de una red de pensamiento instantáneo, me da la impresión de que la abreviada comedia callejera del carnaval está perdiendo su rutina cíclica y estacional que tanta seguridad psicológica nos aporta, para instalarse de forma perenne en nuestras vidas, como el Wifi, los selfies, Siri o los millenials.

Durante cualquier día del año puede ocurrir que la realidad de la que se alimenta el carnaval supere al propio carnaval. Como lo del retrete de oro de Trump. Me entero de que algunos presidentes americanos han tenido por costumbre solicitar préstamos a los museos para decorar la Casa Blanca. Los Kennedy un Delacroix. Los Obama un Rothko. Los Trump no querían ser menos y pidieron prestado un Van Gogh al Guggenheim que en lugar de cederle ese óleo de incalculable valor se ofreció para hacerles llegar un váter de oro macizo del artista italiano Maurizio Cattelan por ajustarse más, dicen ellos, al gusto del presidente. Que tampoco es para enfadarse como lo ha hecho Trump. No se concibe mejor arquetipo representativo de tan nefasto mandato que ese trono de oro macizo valorado en un millón de dólares. A mí me parece una implacable declaración de intenciones ante una época definida por el ataque premeditado contra las libertades civiles, la cultura y el cambio climático que pone en peligro el planeta. Y ahora díganme si semejante sutileza de la zafiedad no tiene compás de pasodoble de una comparsa o, al menos, de una chirigota.

O el pasado 30 de enero, día del debate de investidura, viendo manifestarse ante el Parlament de Catalunya a todas aquellas personas llevando una careta de Carles Puigdemont. En principio parecía buena la intención inicial de reproducir el más puro estilo de la ya mítica película ‘V de Vendetta’, solo que no obtuvo el resultado esperado, quizá por el efecto multiplicador del flequillo, o por las miradas estrábicas tras las gafas, o por imaginar las gomillas de las caretas sujetándose en las orejas. Solo sé que viendo las imágenes comencé a vocear ¡Esto es carnaval, esto es carnaval! Por no hablar de que luego, cuando parecía que el asunto no podía alcanzar un toque más chirigotero, llegó Ana Rosa Quintana, dama de las mañanas, alzando su bandera identitaria para decir que le había dado “la puntilla al procés”. Así que mientras llega el Miércoles de Ceniza, voy a ponerme mi disfraz para escuchar a una chirigota gaditana que muestra su reproche contra cualquiera que tape la realidad agitando banderas. Dice: “Yo no los vi sacar la banderita contra los ladrones, contra los recortes, o con las pensiones”. “Nunca los vi colgarla por la sanidad y por tantos paraos que no pueden más”, y continúa diciendo que “cuando no haya ni un solo niño que pase frío ni pase hambre, ni mujeres en listas de nombres que mueren maltratadas a manos de un hombre, cuando ya no quede nadie enterrado en las cunetas, ve donde quieras, saca tu trozo de tela y presume de bandera”.