“Venga, alégrame el día”

23 mar 2019 / 11:31 H.

Si usted se encuentra entre los afortunados “españoles de bien”, sea eso lo que sea, quizá baraje la opción de contar con un arma en la guantera o como complemento de moda en el abrigo. Es lo que propugna el sheriff de Vox, Santiago Abascal, con una iniciativa política formulada para legalizar su uso para defensa personal. Pero cabe también la opción de que usted se crea un elegido y se califique de persona “notable” o “sobresaliente” y, por lo tanto, su sueño sea un bazoka para el día del padre o una metralleta para el de la madre. El cine nos engatusó con el humo del tabaco y creíamos que éramos más interesantes, dando caladas y mirando al horizonte a lo James Dean en “Rebelde sin causa”. El sabor de boca era lo de menos. Y, claro, también el inspector Callahan, con su brillante revólver calibre 44 magnum nos dejaba eclipsados cuando lo sacaba triunfalmente de paseo. Harry el sucio tenía el magnetismo de un nuevo héroe, más jodidamente humano, con algún mal hábito, insolente con el jefe de turno y duro cuando le tocaban las patillas. Con esos encantos y con frases como “venga, alégrame el día”, nos imaginábamos más fuertes, con los ojos azules, y con una virilidad sin zonas de sombra. Afortunadamente, luego volvíamos a la realidad y nos lamentábamos del insoportable dolor de un padrastro en el índice. No todos nacimos para matar, no todos podemos ser ni tan siquiera Clint Eastwood en “Los Puentes de Madison”.

El problema estriba cuando pensamos que somos seres “extraordinarios” y que el fin puede justificar los medios. Entonces nos podemos creer Napoleón por un día y pasar a la posteridad con una acción que nos separe del montón, llevar nuestra ilustración a los demás, aunque haya que acabar con unos cuantos cientos de miles de personas. Si eso le puede pasar a un personaje en apuros de Dostoievski, que no puede pensar un político que se sienta en el camino para cambiar la historia, aunque tenga que dejar cadáveres reales o metafóricos por el camino. Empeñados en cambiar su curso están Torra y Puigdemont, cada uno en su paraíso artificial particular. Pero habrá que reconocerles su capacidad de marcar el debate político, con lazo o sin él. Como el sheriff de Vox, que sin necesidad de salir de la trinchera y vía whatsapp, crea un debate ficticio sobre la necesidad de que portemos un arma para defendernos del mal, aunque venga vestido de Prada. Lo de que hablen de ti, aunque sea mal, llevado al paroxismo mediático y en redes sociales. En este concepto de agitación política se puede enmarcar también la visita de Javier Ortega Smith a Jódar, mañana, en una mesa, a priori, informativa y que promete emociones fuertes, por aquello de querer poner una pica en la Flandes del Sindicato de los Trabajadores del Campo de Andrés Bódalo. Una manera de hacer la campaña electoral sin grandes desembolsos y asegurándose titulares como el del diputado autonómico por Jaén, Benito Morillo, que con la sensibilidad a flor de piel llamó “buscadores de huesos” a los que defienden la memoria histórica en el Parlamento andaluz y, sobre todo, dignificar a los que se quedaron en las cunetas sin honores. La sobriedad en el debate no se espera y, además, es contagioso el alarde bronco si nos atenemos a algunas de las impostadas frases de estas últimas semanas de la bancada popular con aquello de los “filoterroristas”, “indultos” y demás. La estrategia, sin acritud, es muy de Mourinho, pero no le ha ido mal al alcalde de Jaén, Javier Márquez, que con conexión directa con el presidente y refundador popular, Pablo Casado, será el candidato al Senado por la provincia para lamento de un selecto grupúsculo de candidatos. Es lo que tiene apostar, contra todo pronóstico por el caballo ganador. Ahora, ya no tiene mérito loar las bondades del “jockey” porque reina en el hipódromo de Génova y queda por ver si seguirá ganando carreras.