Viva el vino

02 sep 2017 / 10:59 H.

Lo mismo de interesante que absurdo sería un debate sobre si es mejor el invierno o el verano. Es cuestión de preferencias. Cuando estamos en pleno mes de julio, a cuarenta grados a la sombra, sudando como pollos y, sobre todo, trabajando, sin duda, añoramos lo fresquito y elegante que es el invierno. Cuando en diciembre cae una buena escarcha, el frío nos paraliza las extremidades, y no encontramos más fundas para ponernos sobre la piel, maldecimos los cero grados, y deseamos que llegue pronto el veranito y lucir los morenos de piel. Jaén padece, cada vez más, las condiciones extremas del clima continental. En invierno mucho frío, y en verano, muchísimo calor. El clima tropical nos llega por otoño y primavera, estaciones cada vez más fugaces. Un incuestionable cambio climático nos amenaza, nos hiela las entrañas, nos seca los pantanos y nos hace vulnerables. Este verano ha sido especialmente caluroso. El mes de junio se batieron récords de temperaturas y la pluviometría tremendamente escasa. Las reservas hídricas están a niveles de 1995, cuando sufrimos aquella sequía tan amarga. Empieza septiembre, las puertas del otoño, la estación de recogida del fruto, cada vez más adelantado de la viña y del olivo. Aceite y vino, bálsamo divino. La vendimia emplea a muchos de los nuestros, por aquí y por allá, jornaleros que dejan atrás sus hogares para sacar un dinerillo que permita suavizar la pendiente de la vuelta al cole. Vino y humanidad, eternamente unidos. En Egipto, Grecia y Roma adoraban al dios del vino Dionisio y Baco, júbilo entre los presentes a las bodas de Caná, y el ofrecimiento a sus discípulos de Jesús, en la última cena, de una copa de vino transubstanciado en su sangre. Vino tinto, rosado, blanco, fino, moscatel, cariñena, o malvasía, multitud de variedades y sabores que nos convierten en los únicos animales que beben sin tener sed. En invierno no hay más abrigo que una copa de vino, y en Jaén, tenemos excelentes caldos, que poco tienen que envidiar a otras comarcas como La Rioja, Aragón, o la misma Provenza gala. Destacan municipios como Torreperogil, Bailén, Lopera, y la comarca de Sierra Sur (Alcalá la Real y Frailes). La pasada campaña más de 230 viticultores de la provincia produjeron 670.000 litros, principalmente obtenidos de uva tinta, y un poco de uva blanca. Ya decía Platón que el vino es la leche de los viejos, de hecho, muchos médicos prescriben, sin receta, un vasillo de vino en las comidas, como mejor antioxidante y de control del colesterol. No hay vinos buenos ni malos, y el mejor, el que le guste a uno. En Torredelcampo se brinda con el vino del país, en Lopera con la variedad Pedro Ximénez y en Bailén con un exquisito blanco. El de Frailes, rubí brillante, con potentes aromas de fruta negra, cuero y café tostado, y hasta un Brut, otrora cava o champagne, amarillo pálido, donde pequeñas burbujas se desprenden formando una elegante corona, y con el que brindamos en momentos especiales. En Torreperogil, comarca reconocida con Indicación Geográfica Protegida, se cultivan las uvas Garnacha tinta, tempranillo, y Cabernet Sauvignon, o la variedad genuina Jaén Blanco, que da un vino tirando a amarillo, de sabor amplio y envolvente, y una abundante variedad de aromas primarios y frutales. Y hasta en Segura de la Sierra encontramos un vino ecológico, que mancha la copa, con arriesgado aroma a regaliz negro, poleo menta y bergamota. Y es que el vino es poesía embotellada, que sabe mejor acompañado por amigos, y un buen guiso de carne, un plato de gachamigas, un buen cocido, y hasta con unas rosetas o una pipirrana. Donde no hay vino, no hay amor, y en Jaén, hay vino, buen vino, y aquí, se vive y se disfruta sorbo a sorbo, esperando el invierno, esperando a que llueva.