Vivir sin covid

El covid parece como un sueño del pasado, como si sólo hubiera sido una pesadilla. Quizás porque somos una sociedad hedonista, quizás porque nos caracteriza la amnesia, seguramente porque vivimos inmunizados a todo lo que no sea la novedad del mercado o, simplemente, porque hemos pasado por un control político que nos pone de rodillas ante un mundo que ya no nos pertenece. En este contexto entiendo la alegría que supone el fin de las mascarillas. Pero la mascarilla es también la metáfora de muchas otras cosas: la de la individualidad, control del Estado, los miedos, un mundo escondido y, sobre todo, la vulnerabilidad. Habría que hacer como una suerte de memoria obligatoria, donde recordemos eso mismo, que la mascarilla representa la fragilidad, en su doble sentido: frágiles frente a lo externo y frente a las políticas impositivas de los Estados. Porque la mascarilla ha sido una suerte de impuesto, una reducción de la libertad y sobre todo un protegerse-esconderse. Estamos en plena borrachera electoral, con un país polarizado: nada mejor para reflexionar con lo ocurrido en el pasado reciente. Claro que eso es imposible porque el futuro nos fue robado en abril del 20, por lo que directamente nos queda seguir hacia adelante más solos que nunca.