Volatineros y abismos

01 oct 2017 / 11:45 H.

Hoy, con algo de voluntad y procurando evitar los vientos adversos, puede ser un día propicio para la práctica del funambulismo, lo que viene a ser el ejercicio virtuoso del equilibrio, la compleja habilidad de mantenerse ecuánime ante cualquier circunstancia, situación o sentimiento que nos procure vértigos, desorientación, turbaciones. Es difícil mantener la verticalidad en la cuerda floja, o sostenerse impasible sobre el cable rígido que atraviesa el precipicio, pero más difícil aún, por no decir imposible, es guardar la compostura, la mesura y la objetividad ante otra clase de abismos que nos vienen impuestos, que no queremos cruzar, que no son tangibles, tampoco claros, ni en el fondo ni en la forma.

Y así nos encontramos hoy, un domingo cualquiera, en esta tesitura, apostando, a nuestro pesar, por alguno de los dos volatineros nacionalistas que se encuentran en mitad de un vacío, que casi como siempre, han originado unos pocos, y que como siempre lo han inoculado a muchos. Ambos saltimbanquis, el español-español y el “expañol”-catalán tienen más carencias y defectos en común que virtudes individuales. Pero bueno, ahí los tenemos esgrimiendo sus arietes, sus fundamentalismos, en mitad de lo anodino y buscando cómplices para sus necedades. Y en los dos márgenes de esta confusión, los voceros jaleadores, los alarmistas y los provocadores, los sabios tertulianos, los comunicadores maleables, los fanáticos de ortodoxias burriciegas, y todos aquellos muchos que pudieran tener el corazón” partió” porque no comparten la sentencia del “conmigo o contra mí”.

Este aprendiz de titiritero que les escribe no comulga con los nacionalismos en general y en particular con aquellos que tan solo se dedican a mirarse el ombligo, a fertilizar las diferencias y podar las semejanzas, a fomentar la endogamia, ya sea embozados en la bandera roja y gualda o arropados por la señera. Entristece y llega a irritar, tanto la desafección despreciativa de algunos independentistas como la soberbia iracunda de aquellos que alardean de su espíritu unitario y homogéneo. Cierto es que la unión hace la fuerza, como también es cierto y demostrable que la fuerza nunca procura la unión.

Estamos ante una cuestión que parece convertirse en un problema irresoluble, porque no se han despejado las incógnitas que lo hubieran resuelto algunos siglos atrás, porque no se han querido solucionar las hipotéticas diferencias que lo sustentan, porque los intereses más bastardos se han impuesto, a saber, el poder y el puto parné. Por mi parte, seguiré practicando el funambulismo, pero con red. Ellos, a su ser, que se partan la crisma.