Nuestro tiempo

15 ene 2018 / 09:40 H.

Me pierde el diálogo entre sordos, las reuniones que no conducen a nada, esas reglas impuestas por intereses personales y que a la postre no se logra nada para favorecer a la mayoría. Me incomoda aguantar engreídos que a pesar de sus títulos, escasean de humildad y amabilidad con los demás. Me asquean las ideologías radicales, las purezas de sangre y humillaciones de razas, de religiones que utiliza a Dios para su conveniencia. Estoy harto de abusos, corrupciones e imposiciones por doquier, a costa de los currantes y los más débiles. Disfruto con gente que sabe de qué va esta vida, que está pendiente de su prójimo, que no se ríe de la gente por sus fallos o por su ignorancia, o incluso por su inocencia a la hora de ver este mundo. Creo firmemente en las personas responsables, que protegen los derechos humanos y también el de otros seres vivos. Los aduladores de su alma, no saben palpar los corazones de tanta gente esparcida por este deambular, que necesitan caricias en su alma porque sus vidas han sido golpeadas duramente. Nuestra sociedad es digna de conmiseración, hemos perdido el rumbo y nos apartamos de lo humano para dirigirnos a lo insustancial. Deberíamos elegir formas increíbles, pero racionales, a las cosas posibles, pero no concluyentes. La ternura es la clave de nuestro progreso en esta sociedad desconcertada.

Con la Fiesta del Bautismo de Jesús (día 7), terminaron las Navidades. Quedan el eco de los regalos y de las cabalgatas de Reyes. Maravilloso el relato que hace el evangelista San Mateo sobre la visita de los “magos” ( quizá, astrónomos de Babilonia) que se presentaron en Belén en busca del recién nacido “ Rey de los judíos”, expresión pagana sobre Jesucristo. Se trata de la segunda Epifanía o manifestación pública del Señor: la primera, a pastores de Belén; después, a gentiles, porque Jesús nació para todos, para los israelitas y para los gentiles; la tercera, en el Jordán, presentado por el Padre y el Espíritu Santo. Mateo hace un relato histórico: señala el cuándo y el dónde; en tiempos del Rey Herodes ( el Grande) y vienen a Jerusalén desde el Oriente. La tradición de reyes y camellos en el Portal de Belén, se debe al Salmo 72, 10 y a las palabras del profeta Isaías (número 60). Los magos vieron salir una estrella fulgurante cual ninguna. Al verla, recordarían la profecía de Balaán, vidente pagano, extendida fuera de Israel: “ Lo veo, pero no es ahora; lo contemplo, pero no será pronto: Avanza una estrella de Jacob, y surge un cetro de Israel...” (Núm 24, 17). Inspirados por el Espíritu de Dios, se sintieron movidos a ir a adorarle. Dios maneja el Cosmos, y se valdría, quizá, de la explosión de luz de una supernova que estallaría simultánea a la conjunción de los planetas Júpiter y Saturno, ocurrida seis o siete años antes del cómputo actual del nacimiento de Cristo, que fue por entonces.

Se piensa que serían tres porque tres fueron los regalos simbólicos que le llevaron al Niño: incienso, como a Dios; oro, como a Rey; mirra, porque era, también, hombre, y esta sustancia presagia la muerte. Divinidad, Realeza y Sufrimiento. Jesús es el Hijo de Dios, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Es Rey que no domina por la fuerza: se le rinden los corazones durante siglos ante lo sobrecogedor de su amor tan generoso que siempre ama, tan misericordioso que siempre está dispuesto a perdonar. En su sepultura, no necesitó mirra, porque resucitó al tercer día y está vivo. Dos de los grandes estudiosos del tema de los Magos de Oriente, son el sacerdote católico Dwight Longenecker, procedente del anglicanismo, y el Papa sabio Benedicto XVI ( libro: “La Infancia de Jesús”) .

Por favor, respeten, los políticos de cualquier signo, nuestras tradiciones culturales y religiosas. No quieran convertir lo sagrado, con cabalgatas extravagantes, en un carnaval. Es abuso imperdonable de autoridad.

en el tiempo desconcertado de la post verdad, que es la nueva máscara de la mentira, hay que agradecer al Catecismo que ofrezca asideros firmes para que los católicos sepamos orientar la vida, el trabajo y nuestro papel en la sociedad. No es sólo una defensa de las verdades de la fe hacia dentro sino una ayuda a la cultura actual que ha perdido en varios aspectos el lenguaje común para poder dialogar con las otras personas y culturas. En efecto, el Catecismo utiliza el lenguaje natural que llama a las cosas sencillamente por su nombre: naturaleza humana, alma, ley natural, amor humano, matrimonio, virtud, fidelidad, oración, etcétera.

Responde de este modo a los interrogantes de todas las personas, incluso las que todavía no conocen a Jesucristo. Por ejemplo: ¿Dios es todopoderoso también contra el mal?; ¿dónde está el origen del hombre?, ¿Qué hay más allá de la muerte?, ¿es posible la resurrección?, ¿para qué sirve la Iglesia?, ¿la democracia admite cualquier ideología?, ¿el matrimonio puede ser para siempre?, ¿el embrión es un ser humano?, o también ¿escucha Dios nuestras peticiones? Y tantas otras.

La estructura del Catecismo y del Compendio muestran la unidad de la fe en sus principales facetas como compartida, celebra, vivida y orante, todo bien armonizado. Se reconoce la unidad del pensamiento sobre el hombre en el mundo, para superar la fragmentación actual del saber, que desorienta a muchos científicos y aún más a la gente común. Por ello es como un remedio para el agnosticismo, esa enfermedad del pensamiento moderno, que lo mantiene en la desconfianza de nuestra capacidad para hallar la verdad y vivir conforme a sus exigencias.