La ley del
Guadalbullón

30 oct 2017 / 10:31 H.

Jazmines en el ojal”, la canción de la Pradera, se me vino a la mente al conocer la renuncia de Elena Arias-Salgado Robsy —algo me había dicho— a la Presidencia de la Audiencia. No está de moda, es raro en los tiempos que corren que quien desempeña un cargo público de relieve, a mitad del segundo mandato renuncie voluntariamente a la preeminencia, los oropeles y el “poder” de la política judicial para seguir en la ardua tarea del ejercicio cotidiano del poder judicial, que actúa de modo recóndito en el momento de sentenciar. Bien mirado, y conociéndola, no extraña demasiado, lleva ya muchos años entre nosotros y se ganó la difícil fama de gran juez, como después se ha acreditado, de buena gestora. Sus resoluciones son fruto del “ojo clínico”, de su profundo conocimiento del Derecho y de la voluntad de dar a cada uno su derecho, según la máxima ulpianea. Como presidenta lo ha hecho muy bien y ha alcanzado las mejores cotas de resolución y eficacia, instando la creación de órganos y ampliación de plantillas. Ahora vuelve a lo suyo, a sala y al despacho, a estudiar, analizar con rigor, debatir enseñando y fallar con acierto; es joven y tiene el mejor tiempo por delante, aún nos debe —aquí o en el Supremo— muchas y buenas sentencias.