Adiós a la Siervas de María

La congregación se marcha de la capital por falta de vocación después de más de cien años en la ciudad, tiempo en el que cuidaron de los enfermos con una dedicación y amor inigualables

22 jul 2018 / 13:21 H.

Recuerdos, miles de vivencias y amor, mucho amor. Esto es lo que se llevan las hermanas de la congregación Siervas de María de Jaén, que, tras más de cien años, se ven obligadas a abandonar la capital por falta de vocaciones. El convento de las Siervas queda, así, vacío. Ya solo bolsas con libros, muebles desmontados y otros enseres se encuentran en este lugar que tanto significó para la ciudad y, con ello, se pone fin a un legado, a una historia llena de piedad, solidaridad y vueltas al convento al amanecer tras haber pasado toda la noche velando por las vidas de los jiennenses.

El carisma de las Siervas de María no es otro que servir a los enfermos, a sus familias, a través de un cariño y cuidado sin medida que cala en los corazones de aquellos que las ven trabajar. Tanto que, en ocasiones, las hermanas acaban siendo como parte de las propias familias. Por ello, las Siervas se sienten muy queridas y valoradas, algo que ocurre en todos los sitios donde hay una congregación. Sin embargo, Sor Encarnación Rodríguez, superiora provincial de las Siervas de María, asegura que Jaén es especial: “Aquí tenéis un modo de ser que le habéis ganado el corazón a todo el mundo, porque la gente de Jaén es estupenda. Vuestro carácter tan sencillo, cercano y familiar que hace que cualquier hermana se adapte estupendamente a Jaén y Andalucía”. A pesar de esto, las Siervas de María dejaron mucho más en su paso por Jaén que viceversa, ya que la lección de fraternidad que enseñaron a la población es inigualable. A través de su convivencia en comunidad y de su apertura sincera al trato con las personas (a pesar de pertenecer a un convento de clausura), las hermanas se ganaron el cariño de todos los jiennenses. “Las puertas del corazón de las hermanas han estado siempre abiertas al mundo. También pienso que los que han podido tener un asilo de María cuidando a sus familiares pudieron aprender de ellas a nivel humano sobre cómo se trata a un enfermo”, señala la superiora provincial. Así, indica que existen ciertos servicios necesarios que hay que prestarle al enfermo, lo cuales, si alguien no ha tenido experiencia de tener un familiar en su casa, puede presentarse como un gran reto. “El problema empieza cuando lo llevan a casa y los familiares no saben qué hacer. Muchas veces le hemos enseñado a la gente cómo hacerlo. Así, se les quita ese miedo de no saber cómo lavarlos o cuidarlos. Y, además, también se les enseña cómo hay que quererlos”, declara.

DEDICACIÓN. De esta manera, los enfermos son para las Siervas de María “la niña de sus ojos”. En su labor, las hermanas salen, preferentemente, de noche para cuidar y velar por las personas que lo necesiten, lo que ayuda al descanso de los familiares durante la noche y, por supuesto, de los propios enfermos. “Nosotras somos religiosas y, cuando cuidamos a los enfermos, el carisma nuestro nos impulsa y ayuda a ver a Cristo en el enfermo. ¿Cómo tratas a Cristo, con qué respeto, cariño y delicadeza? Todo lo que quisiera haberle hecho a Cristo tengo la oportunidad de hacérselo al enfermo”, subraya Encarnación Rodríguez. Una de las mayores barreras con las que las Siervas de María se encuentran en su camino es el posible recelo que algunas personas pueden mostrar porque sea una monja quien cuide de ellos. Sin embargo, estos no saben que las Siervas se preparan, durante años, para poder realizar su labor. De hecho, según aclara la superiora provincia, la hermanas de esta congregación estudian enfermería. “Somos las primeras monjas, y las primeras en todo, que crearon una escuela de Enfermería en España y dimos el primer título de enfermeras en España. Abrieron una escuela de Enfermería en Madrid, donde estudió una gran cantidad de religiosas, pero cuando se hizo universitaria la carrera se quitó”, expone. Así, en su dedicación no solo está estar pendientes del enfermo, sino también ayudar a sanarlo, tanto en cuerpo, como en alma. Respecto a esto, valora la importancia de la oración, una ayuda “muy grande para la ciudad” y piensa, además, que la población no aprecia lo suficiente este hecho. Por ello, detalla que su modelo a seguir es el de la Virgen María a los pies de la cruz mientras cuidaba a su hijo. “Como la Virgen a los pies de la cruz, estamos al pie de la cama del enfermo. ¿Qué hacía la Virgen a los pies de la cruz? Aparentemente, parecía que nada, porque no le permitieron ni tocar a su hijo, y sin embargo le estaba sosteniendo. Nosotras igual, sostenemos a la Iglesia con nuestra oración, con esa plegaría en el silencio de la noche”, dice Encarnación Rodríguez. Su oración se convierte, así, en una forma de recoger toda la vivencia de la ciudad de la presentársela al Señor. Una misión “muy entusiasmante”, que siempre hizo disfrutar a la superiora provincial y al resto de hermanas mucho cuando cuidan de los enfermos. “Yo he ido, literalmente, cantando por la mañana, feliz de haber cuidado a un enfermo. Es algo que no podía contener de la satisfacción de poder ayudar, aliviar y dar cariño a alguien. Estaba deseando que fuera de noche. Pero esto no es solo algo mío, sino de todas las hermanas”, manifiesta. Es tanto el cariño que desprenden sus cuidados que, cuando una hermana no podía ir una noche a cuidar a un enfermo, sus familiares se lo ocultaban, ya que entristecía en gran medida al paciente.

Siempre con el mayor de sus esfuerzos, las hermanas apuestan, fervientemente, por la vida. Con su labor buscan darle sentido y mostrárselo a las personas que cuidan. Asimismo, les alentan a que se vean como “otro Cristo”, como si su sufrimiento les uniera al hijo de Dios. “¿Hay algo más esperanzador que decir estás salvando el mundo con Cristo y yo te estoy ayudando?”, se pregunta Rodríguez. Estas palabras buscan que los enfermos no se sientan una carga para sus familiares y les abre “una puerta de esperanza” para que no estén “deseando morirse”, sino para que se de cuenta de que su vida tiene, aún, mucho sentido. “Hay gente que, tras muchos años, abandonó las prácticas religiosas, ven en estos momentos un reencuentro con la fe. Así, viven su enfermedad con otra dimensión más completa y espiritual”, afirma la superiora.

Muestras de amor sin interés que, en Jaén, se vieron compensadas durante todos estos años y que llenaron a las hermanas de felicidad plena, y así lo confirma Encarnación Rodríguez: “Somos personas de carne y hueso y necesitamos todo lo que necesitan los demás: alimentarnos, vestirnos, cuidarnos, medicarnos y, por supuesto, cariño y afecto. Nosotras lo hemos dado y la gente ha correspondido”. Sin embargo, llegó el momento en el que las Siervas de María tienen que irse de la capital. La falta de vocación en la provincia, la poca cantidad de hermanas y la falta de condiciones para atenderlas son los motivos por los que la congregación las llama a dejar la casa de Jaén. “Ahora, con mucha pena, tenemos que poner punto y final a una época muy hermosa que han escrito las hermanas”, se lamenta la superiora. Pero su marcha estará marcada por el mismo sentimiento que movió a las Siervas de María durante todo este tiempo: la solidaridad. Por ello, donarán todo aquello que había en su convento a otras sedes de su congregación, así como a fundaciones y a personas que más lo necesitan.

Una capilla que cala en el pueblo jiennense
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La capilla de la Casa de Jaén de las Siervas de María es uno de los lugares de mayor devoción en toda la capital. Con su patrona, la Virgen de la Salud, en el centro del retablo que se eleva en el altar, la capilla muestra aires rococó. Es pequeña, pero familiar y acogedora. San Antonio, su patrón, también observa a sus fieles, quienes encienden velas a sus pies (y en el mosaico de la entrada) pidiendo que interceda para que se cumplan sus deseos. Este encanto tan particular hace que a la capilla acuda mucha gente a diario a la misa de las 07:30 de la mañana y de los domingos es a las 11:00. De hecho, las hermanas comentan que hay que poner más sillas. “En ninguna casa nuestra se ve lo que aquí, siempre tan abierta para la gente que viene a misa y los jueves eucarísticos son un hervidero de gente”, señala Sor Encarnación Rodríguez, superiora provincial de las Siervas de María. Se convierte, así, en una capilla llena de gestos de una piedad “entrañable y sencilla” que cala en la gente.