Cinco años en tierra germana

El jiennense Carlos García Carmona llegó a Alemania huyendo del paro casi sin saber una palabra del idioma y, a día de hoy, ya ha conseguido asentarse laboralmente y ha construido una familia y un hogar en su nuevo destino

27 ene 2019 / 11:53 H.

Jeder ist seines Glückes Schmied”, o lo que es lo mismo: “Cada uno se labra su suerte”. El refrán, como casi todos los del mundo, es sabio se lea en el idioma en que se lea. ¿Cómo se dirá en lengua germánica —ta rotunda y metálica ella— eso de “la ocasión la pintan calva?”. Habrá que preguntárselo a alguien que, sin perder el acento jiennense, trate a diario con vecinos alemanes, que dicen que es la mejor forma de aprender, de verdad, a pensar —y hasta a soñar— en extranjero.

Carlos García Carmona es uno de esos hijos de Jaén que, en busca de prosperidad profesional, hizo las maletas y, cuando creía que su destino estaba en Reino Unido, aterrizó en una Alemania en la que lleva ya nada menos que un lustro: “Después de trabajar en varios y diversos empleos me encontré en paro, sin muchas expectativas ni esperanzas de cambiar mi estado en el mundo laboral”, recuerda. Por mediación de un conocido —dice— fijó su atencion en el próspero Manchester, donde incluso disponía ya de una oferta de trabajo, pero qué va. “Un día, buscando vuelos en internet, recibí la llamada de un amigo hispano-alemán que veranea en un pueblo de Jaén. No era la típica llamada para contarnos nuestras penas y alegrías, fue directo al grano: —¿Estás trabajando?, ¿te interesaría venir a Alemania?”. Y como no solo de pan vive el hombre —lo dice la “Biblia”—, García Carmona estimó no únicamente una oferta laboral en tierra germana que le iba que ni pintada a su experiencia, sino también “beneficios colaterales”: “Tendría la posibilidad de jugar en el equipo de fútbol del municipio en el que iba a residir”. La elección estaba más clara que lo que rodea a una yema de huevo.

“Lo primero que me sorprendió fue la humedad y el aire fresco que se respiraba en el aeropuerto de Baden Baden —y eso que era mayo, plena primavera vamos—.c Y claro: ¿Qué se puede hacer a casi dos mil kilómetros de Jaén si delante de los ojos se planta la puerta de un bar? Pues eso, tomarse una cerveza alemana, que por algo son famosas, y empezar la historia con los labios empapados en espuma.

Fue llegar y, prácticamente, besar el santo. Una semana apenas tardó Carlos García en incorporarse a su puesto, en una empresa que trabajaba para una conocida marca de neumáticos; trabajaba de ocho de la mañana a cinco de la tarde, con una hora de descanso, y aprovechaba el resto del día para practicar deporte o mejorar su inexistente alemán —“sorprende la posibilidad de entendimiento entre dos personas sin utilizar el lenguaje oral”—, asegura.

Lo que es hablar germano, no lo hablaría bien pero entenderle, lo entendían: “A pesar del problema de comunicación, mi jefe estaba muy satisfecho con mi trabajo y mis ganas de aprender”, recuerda. Para colmo, la ampliación de contrato implicó la posibilidad de llevarse a alguien desde España, y tiró de Edu, un amigo con el que —evoca—pasó unos meses “estupendos”: “Tuvimos desavenencias con nuestra casera y no spuso en la calle, no teníamos donde ir y nuestro jefe nos acondicionó un cuartucho en la misma empresa, donde nos despertábamos con una tos horrible, por la humedad; para ser sincero, una situación precaria y rozando el límite de lo que puede soportar la dignidad de una persona”. Luego pasó la tormenta, llegó la calma con nombre de mujer, Josephine —con la que tiene una hija y cuyo romance da hasta para una película— y nuevas ofertas que desembocaron en la situación de la que goza ahora: “Estoy muy contento con mi nuevo trabajo en una multinacional del papel”, confiesa García mientras concluye: “De todas formas, echo mucho de menos mi tierra, Jaén”.

nostalgia por jaén

“Como mi tierra, ninguna”. Parece el verso de una copla, pero no, es solo el sentimiento de orgullo que destila Carlos García con el recuerdo de Jaén a flor de labio: “A pesar de montar fiestas españolas por aquí con los compatriotas que conozco, no hay día que no sueñe con volver a ese mar de olivos donde me crie y donde tengo a muchos de mis seres queridos, donde la gente, a pesar de las dificultades del día a día y de la vida en general, sale a la calle con una sonrisa y con un sentido del humor, me atrevo a decir, único en el mundo”, manifiesta, y continúa: “Echo de menos estar con mi familia, irme al centro a tomar unas cervezas con mis amigos, el sol y la temperatura, por supuesto el idioma, el salero y la gracia de su gente, el arte, esa luz que me enamora cada mañana que amanezco cuando estoy de vacaciones en mi ciudad”. ¿Qué se puede añadir?

pros y contras

De Alemania le gusta la calidad de vida en el ámbito laboral, asegura Carlos García, además de los paisajes y el entorno rural en el que vive: “Es un país muy seguro, en el que los índices de criminalidad son relativamente bajos, y la proximidad con muchos países europeos debido a su situación geográfica facilita mucho viajar por casi todo el Viejo Continente. Por contra afirma que el tiempo, “habitualmente gris y frío”, junto con la frialdad —y hasta el “rechazo”— que asegura recibir por su condición de extranjero en tierras germanas, son lo que menos le agrada: “Ahora sé lo que es ser inmigrante”, apostilla. Por otra parte, “las cosas de comer” también le hacen tener más que claro lo que ha dejado atrás: “La gastronomía no tiene punto de comparación con nuestra dieta mediterránea”, concluye el jiennense.

romance de película entre la “chica guapa de la oficina y el español arrogante”
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En un momento dado, Edu decidió volver a España y Carlos García se quedó compuesto y sin amigo. Pero lejos de hundirse, el jiennense se creció y, sin esperarlo, dio uno de los pasos más importantes de su vida: “Empecé a quedar con una chica de la oficina, Josephine, mi actual pareja y la madre de mi hija. Lo hacíamos en secreto, ya que no queríamos armar mucho revuelo en la empresa, y con ella viajé a varias ciudades europeas. Tras un tiempo, inevitablemente, el rumor corrió por la empresa como la pólvora hasta ser oficial, la chica guapa de la oficina y el español arrogante del almacén están juntos”. Todo un al que no hay que tocarle ni una coma para que la historia sea un éxito. Poco tiempo después dejaría la empresa en la que se conocieron —en la que llegó a ser jefe de almacén— para fichar por la multinacional del papel en la que trabaja en la actualidad: “Estoy muy contento con mi nuevo trabajo, posiblemente me lleve a conocer países del sur de América y me permite tener tiempo libre para mi familia, leer, bajar en mountainbike y el kickboxing”.

Papá feliz
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Llegó a Alemania en busca de trabajo y estabilidad y ha conseguido mucho más: una familia. Josephine, su esposa, y María son los principales alicientes de Carlos García Carmona, quien no ha dudado ni un momento a la hora de cambiar de puesto de trabajo para poder disfrutar de sus chicas con mucho más tiempo: el que merecen.

conductor de su vida
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Dice que probar suerte en el extranjero, “con esfuerzo y sacrificio y a pesar de los altibajos”, tiene su recompensa y hace crecer a la persona, a apreciar de dónde viene, el valor de la familia y a conocerse a sí mismo y descubrir los límites personales. “Nadie te regala nada, en ningún sitio se atan los perros con longaniza”, sentencia.

entre pantallas
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La empresa en la que trabaja actualmente es una firma internacional que, asegura, cuenta con sedes en prácticamente todo el mundo. En ella se encuentra a gusto, después de pasar situaciones de inestabilidad que, en tierra extraña, se viven de manera mucho más traumática que cuando acontecen en el país de origen.

un paraíso lejano
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Cambió el paraíso interior jiennense por otro más lejano, a casi veinte horas de viaje en coche, pero hay que reconocer que las vistas de las que disfrutan Carlos García Carmona y los suyos en Rheinland-Pfalz —la ciudad alemana en la que reside— no están nada pero que nada mal. En la foto, la zona que rodea su casa.