El Real Jaén continúa su calvario en la Liga

Los blancos regresan a la cruda realidad y pierden ante un CD El Ejido 2012 efectivo y bien estructurado

13 feb 2017 / 12:29 H.

En las condiciones en las que ya se había planteado el partido y, por supuesto, en las que se ha jugado, no queda más remedio que recordar el archiconocido pensamiento de Ortega y Gasset cuando afirma: “Yo soy yo y mis circunstancias y, si no las salvo a ellas, no me salvo yo”. Es decir, que a la hora de intentar averiguar quiénes somos cada uno, individual o colectivamente, es imprescindible echar mano de todo lo que nos rodea, y nos remedia o nos condena. Y esto es así ahora porque, si en condiciones de normalidad (humana, deportiva y social) todo lo que rodea al fútbol influye en el desarrollo del juego y del resultado, mayor es esta incidencia cuando se está en una situación límite y se pone en juego, nunca mejor dicho, la propia existencia y supervivencia. Y, hablando de esta perspectiva de salvación, el dueño de esas circunstancias dominantes, a fin de cuentas, son los jugadores los protagonistas últimos y solitarios los que asumen con su propia responsabilidad el destino de una entidad y del grupo social que está detrás sosteniéndola. Y resulta imprescindible proponer esta reflexión, tras el partido jugado por el Real Jaén, para descifrar lo que ocurrió en el terreno de juego, lugar sagrado donde se acaban dirimiendo todas las cuestiones y los desafíos. Porque a cualquier espectador desinteresado le hubiera resultado bastante difícil entender el galimatías que se desarrolló en los noventa minutos de juego.

El caso es que desde el primer momento, tras los consabidos tanteos, se abrieron ante los espectadores un camino y una visión que, salvo en los primeros minutos del segundo tiempo, se mantuvo todo el partido. Un equipo, el visitante, con jugadores que en muchos casos nunca habían jugado en este nivel y que, con calma y sabiendo lo que había que hacer y cómo hacerlo, atancando y defendiendo, dominaron la situación y enredaron a los blancos de manera que no dieron ni una a derechas. Poco hay que decir de la crónica de los hechos. En el primer tiempo, consumido casi al completo en peloteo sin significación, el Real Jaén solo tuvo una situación ofensiva en una falta al borde del área que Santi Villa lanzó alta. Solo eso. Y en el segundo, tras la ligera presión, suave desde luego, citada, el mismo guion: que allá voy y acá vengo, con centros laterales en los que siempre, siempre, tomaba la iniciativa la defensa visitante y nunca fue capaz algún delantero de anticiparse para rematar. Sin fuerza, sin anticipación, sin tensión ni empuje e incapacitados para llevar a cabo verdaderas acciones ofensivas. (A Felipe, hay que decirlo, le tocó ejercer dos despejes extraordinarios, uno en cada tiempo, que salvaron el desastre). Mal se entiende lo que el equipo técnico diseñó para este partido, menos aún la actitud de los jugadores. Parecen no entender que, si los problemas orgánicos (basta de repetir el abusado término de institucional) son urgentes de resolver, más y primarios lo son los deportivos. No solo porque, de estar en posición favorable, codazos habría para comprar el club sino porque, si se acaba el fútbol, se acaba todo. Hay que saber escoger al enemigo, dice Sun Tzu, en su manual para la guerra y aquí, aunque parezca a primera vista que este es el dinero, no podemos caer en la trampa ingenua y elemental de pensar como un personaje de Goethe cuando decía que “de lo que uno es / son los otros quienes tienen la culpa”. Porque lo que de verdad importa, lo que en verdad arregla y salva las circunstacias sugeridas al comienzo, son los goles. Pobres si no acabamos de darnos cuenta de ello, que ya vendrán los billetes.