Una aurora hermosísima para un día inolvidable

La Virgen del Rosario recoge una inagotable ofrenda de cantos de madrugada, de oraciones al amanecer y devoción infinita en la calle al paso de su procesión

09 oct 2017 / 10:46 H.

Si los días de la Pasión tienen su madrugada por antonomasia —la del Viernes Santo—, los de Gloria no son menos y, en La Guardia, cuentan también con su noche mayor, esa que, con la luz de la fe de todo un pueblo, alumbra hasta el último recodo de sombra. A la una y media de la noche, los bajos de la casa de la presidenta de la Cofradía de la Virgen del Rosario, María José Vadillos, resumían lo que, a partir de ese momento, iba a suceder en el antiguo señorío de los Messía. Las primeras notas de guitarra, el temple de las voces... Todo apuntaba al cumplimiento de un objetivo común: la tradición. Y entre los guardeños amantes de las costumbres heredadas desde tiempos inmemoriales, los Cantos de la Aurora en honor de la patrona del municipio tienen un lugar de privilegio en su almanaque sentimental.

Sin más sol que la luna, el aire de La Guardia se pobló de música y no hubo garganta que no se apuntase, de manera gregaria, al hermosísimo coro que, cada otoño, singulariza la expresión amorosa de los guardeños hacia su Madre y Protectora. Un patrimonio cultural y religioso que el pueblo mima; no en vano, es su forma de ofrenda ancestral a quien tanto aman.

Amaneció, y para cada hora del nuevo día previeron los vecinos instantes mágicos. Desde la ermita de la Coronada hasta la Asunción no hubo otra música que el murmullo, el rezo, que encontró palabras en el santo rosario: ¿Qué mejor oración para la Madre de Dios que la que lleva el nombre de la patrona guardeña? ¡Con cuánto recogimiento llegó La Guardia a la jornada de su anhelo! Entre los centenarios muros del templo, el último amén repetido en la calle entró en la iglesia y se quedó allí, en cada labio. ¡Qué silenciosa devoción llenaba el sagrado recinto cuando empezó la eucarístía! Fue una celebración digna de su destinataria: la Virgen del Rosario, que miraba ya cara a cara a sus hijos impacientes por que la tarde se diese prisa en convertir el municipio en escenario procesional para su esperada comitiva. Alimentado el espíritu, de allí se salió con el alma saciada pero, eso sí, vacía la carne de tanta noche bellísima y dura a la par. La patena y el cáliz que contuvieron el pan y el vino regresaron al sagrario y, en la plaza, se hicieron presentes las tazas y los platos matutinos que repondrían las fuerzas de los presentes para afrontar una jornada larga y plena de emociones. Hubo chocolate, acompañado de churros que devolvieron calor a la piel fría. El primer tramo del itinerario festivo del domingo tocaba a su fin y lo hacía con el mejor sabor de boca. Algunos alargaron el desayuno hasta confundirlo con la merienda, pero muchos se retiraron a descansar.

Ya entrada la tarde, a eso de las seis y media, hermano mayor, abanderado, alcalde y autoridades partieron desde la Plaza de San Pedro camino de la emoción, que aguardaba a media hora de allí. Sí: La Guardia se hizo proce- sión con su Señora y la paseó sin prisa bajo su cielo. Nadie faltó a la ansiada cita, ilustrada maravillosamente por la agrupación de músicos locales, quienes echaron el resto para que a la Virgen le sonara a gloria el rato que abandonó sus altares para mezclarse con los suyos.

De los armarios salieron las mejores galas para arroparla, brillaron estandartes, medallas, insignias y ojos, muchos ojos a punto de lágrima nada más adivinar la presencia de María Santísima en sus proximidades. La espera de todo un año para contemplar a la Reina de La Guardia en los paisajes cotidianos del municipio que bendice desde hace tanto tiempo es un lógico generador de emociones que, llegado el día, se desborda con la poderosa fuerza de la autenticidad. Sin complejos.

Calzada del Convento, Fuente, Mesón, Accesoria Coronada —un pequeño fallo de orientación rápidamente subsanado estuvo a punto de variar el itinerario—, Alta, Concejo, Plaza de San Pedro, Parra, Coronada... El buen tiempo se alió con el almanaque y procuró una jornada luminosa por cada punto urbano que la Virgen ungió con su bendita sombra. Nadie se cansó de mirarla, a sus pies ascendían las flores que la acompañaron toda la procesión, reliquias de un día inmenso que empezó muy temprano —antes de amanecer— pero que, si fuera por los guardeños, no habría acabado nunca.