“Vivo a base de morfina pero soy ‘joven’ para una prótesis”

La carolinense Nuria Álvarez López hace pública su situación “desesperada”

18 oct 2017 / 11:12 H.

Tiene 34 años, los brazos encallados de las inyecciones de derivados mórficos y una impotencia que se le atraganta al intentar explicar cómo ha sido el camino hasta llegar a la actualidad. Los dolores insoportables la acompañan día y noche, y en su cabeza solo retumba que es “demasiado joven” para una prótesis. Nuria Álvarez López es una carolinense que sufre necrosis avascular en la cadera, enfermedad que le fue diagnosticada hace dos años tras fuertes dolores en la zona inguinal, complicada en los meses posteriores con fibromialgía y osteoporosis, tal y como relata con un hilo de voz. Aunque, como resalta su madre, Antonia López Bueno, ha sido muy fuerte en todo el proceso, ha llegado un punto en el que está “desesperada”. No puede caminar, vive de la cama al sofá, sin calidad de vida alguna, ni siquiera puede asearse sola; eso sin hablar, como apunta, de los “terribles e indescriptibles dolores” que padece.

A lo largo de los últimos meses ha vivido entre consultas de traumatólogos y visitas prácticamente “a diario” a urgencias. Una de las opciones estimadas para atajar su problema, como explica, está una operación para colocarle una prótesis. “Me han dicho que hasta que la bola femoral no esté literalmente ‘hecha harina’ no me ponen una prótesis de cadera, porque además soy muy joven y una necrosis, en realidad, no se puede diagnosticar claramente hasta pasados diez, doce o quince años”, explica. “Me veo en la tesitura de optar por una clínica privada, donde sí me pueden operar. Yo soy pensionista y podría entramparme gran parte de mi vida. Pero habiendo cotizado y teniendo derecho a la sanidad pública, me parece deleznable tener que tomar esa opción”, reflexiona. Mientras tanto, como reconoce, los dolores no dejan de crecer y el tratamiento, a base de derivados mórficos y otros calmante muy fuertes, la están convirtiendo en una “drogodependiente”.

En el último mes, como relata, sus “crisis” son cada vez más intensas y frecuentes. “Han llegado al punto de inyectarme Dolantina a diario, junto con Diclofenaco, Nolotil, Valium y surten efecto un máximo de tres horas, por lo que tengo que acudir a San Agustín, para que me inyecten por vía intravenosa más dosis de Dolantina, pues en casa se niegan a ponerme más”, explica.

De hecho, en los últimos días, ya han dejado de inyectarle, como asegura. “Tengo el brazo lleno de callos y me han creado una drogodependencia”, reconoce, sin explicarse cómo han llegado a este punto. En este sentido, adelanta que tiene cita para la Unidad del Dolor a finales de octubre. “Me han dicho que no me preocupe, que me van a ayudar mucho para calmarle el dolor”, dice. Pero, al tiempo, se plantea que, si no se lo han quitado con mórficos, no sabe cómo lo podrán hacer.

A pesar de su situación, explica que no tiene cita con el traumatólogo hasta dentro de seis meses, punto que añade más “desesperación” a su situación. “Me he sentido siempre muy orgullosa de la fortaleza con la que he llevado todo esto, pero, sinceramente, cada día veo minar mi estado anímico, por culpa del dolor constante, el encierro entre cuatro paredes, la impotencia de no poder hacer una vida digna y el sufrimiento de los que me quieren”, reconoce.