Alberto Lamelas va “a la guerra” con un encastado toro de Murteira

El Cid triunfa con el diestro de Cortijos Nuevos en una corrida que hace afición

01 oct 2017 / 11:45 H.

Era cuestión de determinación. De ir al frente o quedarse en la trinchera. Cada torero fue dueño de su destino. Después viene el hotel, que da consuelo, alivia y es manantial de excusas. Ahí estuvo para quien lo necesitó. Úbeda abrió su feria taurina con una corrida exigente de Murteira Grave. Tuvo mucho que torear y pedía ir “a la guerra”, es decir, confiar en la espada y la muleta, tener fe en los toques, dejar los muslos a merced de los pitones y dar siempre un paso adelante. Los toros tuvieron buena presentación. Eran de echarles la muleta en vez de esperar a que vinieran a por ella, de llevarlos y no de aguardar a que pasaran y, en algunas ocasiones, de dar el zapatillazo provocador y el paso adelante. De poderle, de enrabietarse y, a la par, de sentirse torero con unas embestidas emocionantes. Empujaron en el caballo y ninguno fue fácil en la muleta, pero todo lo que se le hacía calaba pronto en los tendidos. Pedían que el torero apostara para ganar, pese a que el riesgo también lleva a perder. Su mejor virtud estuvo en la obediencia en los toques. Cuando se citaba al astado, el toro venía de verdad y eso invitaba a confiar. La nobleza en cada toque fue la llave para abrir la puerta grande por la que salieron Alberto Lamelas y El Cid con faenas de dos orejas, aunque de diferente peso. El diestro de Cortijos Nuevos se llevó la tarde con una vibrante lidia a un toro de vuelta al ruedo.

El astado se llamaba Gualdrapo y Alberto Lamelas lo recibió con una larga cambiada en el tercio. Lo paró sacándolo a los medios con verónicas poderosas de manos bajas con una tauromaquia más basada en las piernas que en los brazos. El toro apretó en el caballo. Tras cambiar el tercio, el torero jiennense interpretó un quite por gaoneras antes de un inicio de faena vibrante. Tomó la franela, se puso en el centro del anillo y citó desde muy lejos al animal. El morlaco se le arrancó desde el burladero en un inicio con emoción con una serie en redondo. Luego, le dio otra serie más de derechazos, ya a media distancia y una tercera acortando más el terreno. La plaza resonaba con olés en cada muletazo de Alberto Lamelas. El toro embestía con emoción y por bajo. El primer muletazo de la serie no era difícil. El segundo, se lo tragaba, pero a partir del tercero... ¡Ay, qué susto!. En cambio, el torero se quedaba en el sitio, le presentaba la muleta y arriesgaba. Era cuestión que quedarse, de apostar y de ir a la guerra para triunfar. Y le salió bien. La faena tuvo naturales sentidos en los que movió la muleta muy despacio y un circular invertido en el epílogo antes de unas bernardinas que acabaron por agitar a los tendidos. Cortó las dos orejas, al toro se le dio la vuelta al ruedo y Alberto Lamelas dio dos vueltas más, una de ellas envuelto en la bandera de España. El sexto fue otra cosa. No humilló, se movía orientado y Lamelas siempre intentó echarle el vuelo de la muleta a la cara y que el viaje fuera desde su altura hasta abajo. En cambio, resultó bastante deslucido y poco pudo hacer el torero.

la otra gran faena. El Cid logró las dos orejas del cuarto. Le apretó en el tercio con el capote, por lo que su toreo en los primeros tercios fue más instrumental que artístico. Comenzó la faena de muleta algo desconfiado en redondo y con una serie de enganchones derivados de la dificultad para cogerle la velocidad al animal. Sin embargo, El Cid sabe que su mano fuerte es la izquierda. Por eso, se echó la muleta para torear al natural hasta conseguir despertar a la plaza. Primero, muletazos de uno en uno, aunque el diestro de Salteras confió en la obediencia a los toques para darle una docena de naturales con mucha clase. Algunos iban ligados. Otros, sueltos, pero todos muy de frente. Mató de una estocada fulminante y consiguió la puerta grande. El Cid recibió al que abrió plaza con una buena serie de verónicas. Luego, en el último tercio tuvo que atacar mucho al de Murteira, que fue el más justito del encierro. Sin embargo, de tanto atacarlo, el animal pronto se vio podido y se rajó.

Manuel Escribano no se llevó el mejor lote, pero los toros parecieron peores de lo que fueron. Un torero puede banderillear o dejar a su cuadrilla que lo haga. En cambio, si decide hacerlo él, no debe de ofrecer dudas. Y si estas surgen, al público se le transmite la idea de que algo pasa. Manuel Escribano tuvo una pasada en falso en el segundo tercio de su primer toro y dos en el quinto en unos tercios de banderillas poco lucidos y raros.

La lidia del segundo ni tuvo pena, ni gloria. Escribano lo recibió animoso con dos largas cambiadas en el tercio, pero poco a poco su actuación fue perdiendo fuelle hasta convertirse en anodina. Luego, el quinto no fue sencillo. Se rajó pronto, pero también porque el diestro dejó que el astado sacara más voluntad de la que debió para elegir los terrenos, que tuvieron que ser impuestos por el torero. Logró un trofeo en este gracias a una buena estocada, pero poco más. No fue su tarde.