“Apuleyerías”

    27 ene 2024 / 09:39 H.
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    Es Apuleyo Soto un personaje peculiar. Su verbo reúne verso, teatro y prosa, humor incisivo y ternura, ampulosidad y minimalismo. Y todo al mismo tiempo. Ha poblado las páginas de Diario JAÉN, bien en artículos como aquel “Poetas de provincias” en los que tuvo a bien incluirme tras nuestros encuentros a lomos de su fantasmita “Pepín Pepino” o en entrevistas y glosas de sus obras. Aun siendo de Segovia hay en sus versos menciones jugosas, nunca mejor dicho, al Aceite de Oliva Virgen Extra, a nuestro mar de olivos, a Jabalquinto y a Jaén, lo que me hace sentir muy orgulloso.

    Le recuerdo frente a mis alumnos con su verbo florido, su anecdotario siempre en ebullición, su amable sonrisa, su humor intenso y, ya avanzando en el calendario, con su aspecto de personaje de novela del XIX, ese cabello alborotado, esa barba “luenga”, esa mirada burlona o incluso cáustica y ese porte señorial de caballero de otro tiempo. Suelo bromear con él con un “Maese Apuleyo” que me reconcilia con su “aliño indumentario” no machadianamente torpe en esta ocasión sino con la necesaria y ampulosa inspección que su paso y presencia merece.

    Su vida, como escritor, dramaturgo, librero, periodista y maestro, ha estado siempre entrelazada con los libros y de ello nos ha ido “informando” en sucesivos volúmenes de memorias como el delicioso “Mi hermosa librería” en el que prácticamente le observamos delante y detrás de ese mostrador bajo el poético nombre del establecimiento: “García Lorca”.

    Apuleyo, como periodista, fue jefe de prensa de la Universidad Autónoma de Madrid en los años 80, escribió en la Agencia Colpisa, de la mano de Manu Leguineche, y en varios periódicos como El Alcázar, ABC o El Adelantado de Segovia firmando entrevistas con los grandes de la literatura: Cela, Dámaso Alonso o Vicente Aleixandre.

    Aun así, en su currículo personal destaca una frase que recuerdo haber comentado con él: “He estado siempre muy cerca de los niños como maestro, soy periodista, pero primero soy maestro, y me ha encantado enseñar y, antes que enseñar, me ha encantado aprender para poder enseñar”. A lo que yo siempre contesto que Maestro debería escribirse siempre con mayúscula en homenaje a tantos y tantos docentes que se han ido dejando la piel e incluso la vida, por esas aulas sin otro aplauso que el de sus discípulos y sus familias que, en el fondo, es el que más importa.

    Hablando de niños, una buena parte de su producción está dedicada a ellos: “Lope de Vega para niños”, “La poesía es una niña”, “El buey de los cuernos de oro”, “Los tres amigos”, “El príncipe que se quería casar”, “Versos juguetones: Poemas y teatrillos infantiles” o el ya mencionado “Pepín pepino, el fantasma miedoso”.

    Otras obras de interés son sus viajes a lo largo de los ríos de su Castilla, sus poemarios y, en especial, sus “Apuleyerías”, un fascinante conjunto de “esperpentos” que me atrevo a relacionar con aquellas “deformadas visiones” de Valle Inclán. Apuleyo toma, retoma, reduce, entremezcla, sopla, humedece, arremete, ilustra, mastica, regurgita y “vomita” aspectos sencillos, cotidianos, insulsos, inapetentes, anodinos, de la realidad del día, los disfraza de versillo indomable y los lanza a nuestra consideración en las redes para solaz, esparcimiento y degustación de sus seguidores. Esas llamadas “Apuleyerías” están prestas a ser publicadas en un volumen que, sin duda, será de imperiosa lectura. Pero no solo ese libro se presenta en el horizonte cercano. Tras las memorias dedicadas a su librería y aquel soberbio apunte novelado “La soledad del profesor de fondo” llegan, en breve, sus “Memorias de un Maestro y Periodista” en las que me ha concedido el honor de ser su prologuista. Sus estancias, remembranzas, recuerdos e historias vividas allende las procelosas aulas del tiempo son un mensaje de alguien que se califica como “aprendiz de sabiduría” y que, con su dedicación y ejemplo, nos deja una pequeña guía de caminantes por los senderos de la educación. Esperamos ansiosos su publicación.

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